Descubrir quién soy
"Un sentido temporal no es suficiente para darle significado a la vida humana, el hombre cuenta con un deseo de eternidad que lo trasmina" (Domenico Cieri Estrada)
Los rasgos de nuestra cultura actual son sus peculiaridades, propiedades o notas distintivas. Nacida de la modernidad, la ahora llamada cultura postmoderna tiene ciertos rasgos que la caracterizan. Algunos de ellos son la afirmación de autonomía de la persona que le hace capaz de autorrealización; la confianza en que el progreso científico y tecnológico nos llevará a mejores formas de vida y bienestar; la reinvidicación de nuevos derechos como la homosexualidad, el aborto, la legalización de las drogas, la manipulación genética; las fobias y racismos de corte pseudoreligioso, étnico y social; el deterioro ecológico como consecuencia de una búsqueda de beneficios económicos a ultranza y sin medida; el relativismo moral y gnosceológico que hace de la verdad un asunto subjetivo; un individualismo que hace depender todo lo que podemos lograr y hacer, nuestra felicidad y destino, de lo que somos o no somos capaces; el dualismo de la personalidad o la vida en roles, fragmentada, sin un principio o criterio que le de unidad y sentido.
No todo es malo, la modernidad y la postmodernidad también tiene sus rasgos positivos y alentadores: una mayor conciencia del aspecto ecológico y de cuidado que debemos a nuestro planeta; la conciencia de que toda persona debe tener oportunidades de desarrollo y realización; la tecnificación de procesos industriales que hacen más fácil la vida, más productivas a las empresas, que generan mayor riqueza; una conciencia más sensible a mirar los problemas de manera global que de manera particular o localista; una preocupación constante por encontrar mejores formas de educación como la herramienta para construir un futuro mejor; un deseo de búsqueda de sentido y de una cosmovisión unitaria de la vida y su sentido.
Inmersos en esta mentalidad y forma de vida cada uno tiene que responder al desafío que esta época representa, tiene que afrontar las circunstancias concretas de su propia vida. ¿Cuál es este desafío? ¿Cuál es el reto que tenemos delante? Para poder responder adecuadamente es necesario tomar conciencia de la naturaleza del desafío que tenemos delante. No basta, solamente, darse cuenta del problema, dimensionarlo, analizarlo. Es necesario darse cuenta de su naturaleza, es decir, entender su ser, de dónde parte, cuál es la causa que lo origina, su ontología. Porque de otra manera corremos el riesgo de "responder al cáncer con aspirinas".
A mi entender, el desafío es un desafío antropológico, esto es, de tomar conciencia de lo qué es el hombre, de quién soy yo, del sentido de mi existencia, de por qué vale la pena vivir, del "para qué" de mi vida. Muchos de los problemas a los que nos enfrentamos día a día como persona, comunidad, nación o humanidad, son problemas que nacen de la persona, de su actuar, de la conciencia que tiene de sí misma y de los demás, del uso de las cosas, de su papel en el mundo, de sus relaciones. El conflicto en Siria se explica mejor integrando el componente humano. No bastan las razones estratégicas o geoplíticas, no explican suficientemente el por qué de la guerra, los desplazamientos de millones de personas, el odio entre hermanos del mismo pueblo, la exterminio de quien es diferente por razones de etnia o religión. En la raíz, en el fondo está el hombre, una persona que decide matar o respetar la vida, que decide enriquecerse sin importar las circunstancias o medir sus ambiciones, que decide ver al otro como un bien o como un enemigo a la puerta.
Para quienes tenemos hijos en etapa formativa o somos profesores, como yo en la universidad, nos provoca constantemente el desafío que nuestros hijos y alumnos tienen delante. Les toca iniciar su vida adulta en un mundo carente de certezas, donde el futuro es impredecible, donde las circunstancias negativas son exaltadas por los medios de comunicación, donde la presencia de la inseguridad y el narcotráfico son una realidad. Un mundo donde las relaciones personas son superficiales, poco estables. Una realidad donde cada uno tiene que hacer como puede para sobrevivir en la jungla de asfalto, para destacar sobre sus compañeros y amigos, donde tiene que lograr promedios, conservar becas, ser exitoso, líder, comprometido. Un mundo y una realidad que tiene que enfrentar sin criterios que les ayuden a entenderla, juzgarla, valorarla. Con un mundo que incita sus instintos en beneficio del consumismo a ultranza. Son muchachas y muchachos con grandes carencias afectivas, con pocas certezas sobre la vida y su sentido, con apoyos utilitarios de quienes ven en ellos un mercado objetivo, un perfil de egreso, un recurso humano. ¿Cómo ayudarnos y ayudarles a vivir como personas dignas, amadas, responsables, capaces? ¿Cómo despertar su deseo de felicidad, reducido por la mentalidad dominante a deseos parciales de éxito, autorrealización y bienestar? ¿Cómo introducirlos sin miedo a la vida laboral, social, política, familiar, interpersonal?
Hace falta un lugar, un ámbito, personas que nos ayuden a recuperar nuestra persona, a recuperar nuestro yo, donde se valore toda la intensidad de nuestro deseo, donde no se niegue el drama de la libertad humana, donde el afecto sea ayudado a adherir al bien, la belleza, la justicia, donde afirmar un ideal no sea cosa de soñadores sino de adultos. Pero, ¿existe un lugar así? ¿Existen personas así? ¿Existe un ámbito con estas características?
La familia es, con todos sus defectos y problemas, el lugar donde esto sucede, donde, de hecho, somos introducidos en la realidad con un bagage cultural, de criterios, valores, sentimientos, afectos, juicios para el camino de la vida. Es el lugar donde vivimos la experiencia de la comunidad, con sus defectos y limitaciones, pero es el lugar al que pertenecemos, que nos da identidad, donde somos aceptados, acogidos, valorados, impulsados, corregidos. Esta experiencia elemental, básica, propia de nuestra naturaleza humana, es la que nos salva, literalmente, de naufragar en el mar de la existencia. Es un asidero, un puerto seguro, un refugio siempre disponible. Creo que en la mayoría de los casos esta experiencia es compartida, llena de limitaciones y errores, pero es como una vieja roca desgastad por el cause del río que sigue ahí, como asidero para no ser arrastrado por la corriente.
El otro gran ámbito es la sociedad, la vida social, la comunidad. Insisto, llena de limitaciones e imperfecciones, pero a fin de cuentas, es un hecho, algo que está ahí, que no se puede negar, un ámbito de pertenencia, mayor o menor, que nos da identidad, nos abre posibilidades y oportunidades, donde realizamos un trabajo útil y valorado, donde recibimos de otros, donde aportamos. Es como la cancha donde se juega el partido, con reglas, árbitros, competidores, espectadores, protagonistas. Este gran ámbito de existencia que es la vida social, es el lugar que todos construimos y que a su vez, nos construye. Exige nuestro trabajo y compromiso. Nos alimenta y lo alimentamos. Desatenderlo equivale a desatenderse a uno mismo.Puede ser un espacio de humanidad más plena, consciente que nos ayude a cumplir nuestro deseo y anhelo de bien. Todos somos medianamente conscientes de lo que sucede cuando este ámbito se descompone o, pero, ser pervierte.
¿Cuál es el punto o el hecho o el criterio que marca la diferencia entre aquellas cosas que nos construyen y hacen más humanos y la que no? Como decía antes, a mi juicio, es la conciencia que tengo de mí mismo, de mi ser y por tanto, de mi existencia y tarea en el mundo. Esta hermosa y gran pregunta: ¿quién soy yo? no es una pregunta adolescente, es el asombro frente al hecho de mi existencia que podría no ser, ¡pero estoy, vivo, despierto, lleno de deseos y anhelos!. Esta pregunta es el inicio de un camino nuevo, siempre nuevo y fascinante, de construir un mundo nuevo, mejor, más digno, más hermoso. Este es el desafío de nuestra edad postmoderna, redescubrir a la persona en toda su dignidad y grandeza.
¿Cómo puedo tomar conciencia de mí mismo, de mi grandeza, de mi dignidad, de mi destino? ¡Cuando la mirada de otro sobre mí, me descubre lo que soy!
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