Recuperar el corazón
Me ha impresionado ver "en acto" la dificultad que muchos tenemos para captar las evidencias originales y la confusión y la debilidad que generan en nuestra personalidad al momento de actuar, relacionarnos, decidir y comprometernos con las cosas, las circunstancias y las personas concretas.
Lo evidente no necesita demostración. Algo es evidente, es decir, es captado por nuestra conciencia, cuando nos damos cuenta de "ese algo" de manera inmediata. Decimos que si hace sol, entonces es de día o que si yo soy yo, no soy otra persona. Podemos decir que la evidencia se produce cuando estamos frente a algo que nos corresponde como la luz corresponde a la capacidad de visión o la conciencia de mi existir al hecho de existir. Negar la evidencia "es de locos", es decir, de aquellos que han perdido la razón. Gracias a estas evidencias, a esta conexión de nuestro ser con la realidad, a esta inmediata toma de conciencia, es que podemos vivir, actuar, relacionarnos.
Las evidencias originales, son aquellas que fundamentan el conocimiento, nuestra conciencia y por tanto son fundamento de nuestra personalidad. Si para mí es evidente que existo y que soy distinto de los demás y de lo demás, puedo partir de este hecho para conocer las demás cosas como algo distinto de mí. La evidencia de que yo no me doy la existencia genera la conciencia de mí mismo y de toda la realidad y su consecuencia es que, entonces, soy un ser hecho y en tanto hecho, dependiente. Lo que me ha sorprendido es el obscurecimiento de esta conciencia, de la evidencia que la genera, de la debilidad de nuestra razón para reconocer este hecho, este dato de la realidad que más bien es captado como un postulado filosófico y como tal, discutible o sujeto a aprobación o rechazo. Es como si en un día soleado afirmara que es razonable aceptar o rechazar que el sol está.
Haz el bien y evita el mal. En el orden moral, es decir, todo lo que tiene que ver con nuestro actuar conforme a ese diseño con el que fuimos hechos, con la relación que fundamenta nuestro existir, con la manera en que me relaciono con aquello o Aquél que me hizo, la evidencia original es aquella que nos permite calificar nuestros actos como buenos o malos. De igual manera que las evidencia que sustenta el conocimiento, esta evidencia sustenta todo nuestro actuar moral, es la evidencia que nos permite captar la correspondencia entre lo que hacemos y nuestro ser, entre todas las cosas y la finalidad que está impresa en nuestra persona, en la razón de ser de nuestro existir.
El debilitamiento de la conciencia. ¿Por qué podemos fallar en este reconocimiento de las evidencias originales? ¿Estamos diseñados para fallar? ¿O esta capacidad de errar es signo de que no existe un naturaleza humana creada? ¿Por qué lo que para algunos es bueno para otro no? Este hecho, este dato, que podemos fallar frente al reconocimiento de las evidencias originales, pareciera poner en duda la objetividad de la conciencia y todo lo que de ello se desprende. Esta suspicacia respecto de la capacidad de la razón que genera la duda respecto de la validez de nuestro conocimiento y que genera una conciencia debilitada, se traduce existencialmente en la falta de certezas frente a los interrogantes que la vida nos plantea.
La crisis de la experiencia. ¿A qué se debe este suceso? ¿Por qué podemos perder esta capacidad de reconocer el bien, la verdad, la belleza, la justicia? Porque tenemos una educación que no favorece hacer experiencia de la vida, tener experiencia de la realidad. Al reducir la experiencia a solo aquello que podemos medir y ponderar con los sentidos, al limitar la razón a los límites de nuestra capacidad y cerrarle los caminos de la posibilidad, al reducir nuestros deseos lo que podemos controlar, hemos reducido la capacidad de hacer experiencia, es decir, de reconocer en acto, en el contacto con la realidad, la correspondencia que hay entre todas las cosas y nuestro corazón. La experiencia se ha limitado a "probar" y la hemos reducido a la satisfacción que los sentidos nos pueden proporcionar. ¿Cómo experimentar el amor si se ha reducido a procesos bioquímicos? ¿Cómo hacer experiencia de la justicia en las relaciones cuando todo se basa en un contrato preestablecido fijado por normas que no hemos fijado nosotros?.
Recuperar el corazón del hombre. Esta incapacidad o debilidad para reconocer la correspondencia de todas las cosas con los deseos de nuestro corazón se debe, sobre todo, a la debilidad de nuestra humanidad, a la reducción que hemos hecho de nuestros deseos, a la mezquindad de nuestro corazón. El deseo infinito de felicidad, de bien, de verdad, de justicia es algo más que las reinvindicaciones sociales, algo más que los diseños legislativos más elaborados, algo más que las estrategias económicas más novedosas. El corazón del hombre es un fuego que no se extingue y que siempre renace de las cenizas, es indómito y es la fuente de la fuerza transformadora de cada hombre. Cómo agradecemos los maestros a un alumno que nos cuestiona porque busca la verdad, a un muchacho que se llena de gozo cuando descubre una verdad, el brillo de los ojos de quien reconoce el bien en lo que hace. Esta capacidad de siempre poder empezar, de siempre poder recuperar el fuego del corazón es la posibilidad de un mundo nuevo, de una sociedad nueva, de una humanidad nueva, de un hombre nuevo.
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