Partir de la experiencia
Método existencial. La pregunta sobre lo que es el hombre, como dijimos, es una pregunta existencial. Por tanto el método para llegar a saber lo que somos, es decir, para conocernos a nosotros mismos, es un método que implica nuestra vida, nuestra existencia, es un "método existencial" o de experiencia.
Hacerlo de otro modo, eligiendo el método sin tomar en cuenta la naturaleza del objeto de estudio sería imponer un esquema o una idea preconcebida. Y en ese caso, la respuesta que demos no sería "nuestra" propiamente, sino que vendría dictada por la idea o juicio previo que tengamos sobre lo que somos.
También podríamos proceder intentando conocer o estudiar todas las posturas que sobre el hombre se han dado a través de la historia. El problema al intentar este camino sería cómo determinar cuáles posturas tomar y cuáles no, además de que sería prácticamente imposible estudiar "todas" las concepciones que se tienen de la persona humana. Tal vez podríamos estudiar las más representativas, pero de igual manera, bajo que criterio elegiríamos cuál tomar.
Partir de la experiencia. Otra manera de proceder sería partir de nuestra experiencia, es decir de la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Experiencia que no es solamente "probar" o "hacer" cosas. Experiencia que es, más bien un "probar juzgando", es decir, entrar en el jugo de la vida con un criterio de juicio que nos permita valorarlo todo y, como dice San Pablo, quedarnos con lo mejor. En este caso el problema que se nos plantea es similar al anterior, ¿qué criterio tomar para discernir o juzgar nuestra vida?
Este criterio de juicio bajo el cual juzgar nuestra vida y de esa manera conocernos, tomar conciencia de lo que somos, no puede ser un criterio que nos venga dado de fuera en el sentido que nos sea impuesto o que lo tomemos de otro sin "reconocerlo en nosotros mismos". Este debería ser un criterio inscrito en nuestra naturaleza, en nuestro ser, de modo que con él pudiéramos juzgarnos para conocernos mejor.
Una hipótesis por verificar. La tradición cristiana identifica este juicio con lo que el lenguaje bíblico denomina "corazón" identificándolo con el centro de la persona, aquello que la define. El corazón como el núcleo o centro de la personalidad donde reside el deseo constitutivo de nuestra personalidad: el deseo de infinito, de amar, de felicidad, de bien, de verdad, de belleza, de justicia. De esta forma "el deseo" sería lo más fundamental y constitutivo de la persona humana. El hombre sería en este sentido "deseo de", "anhelo de", "búsqueda de". En el caso de la tradición cristiana este deseo o anhelo es el "ansia de Dios" identificando a Dios, el Ser Creador, como aquello que el hombre busca y más deseo y en el que encuentra su cumplimiento o satisfacción total.
Partir de esta hipótesis es razonable. Es un punto de partida. El asunto es cómo poder verificar si esto que se nos propone es verdad, es decir, corresponde con la realidad, nos corresponde a nosotros mismos. ¿Cómo verificar que lo que más me constituye y define es el deseo del corazón y no otra cosa o cosas? No hay otro camino que verificarlo en la experiencia, en la vida. Es decir, vivir juzgando, esto es comparando todo con este deseo.
Actuar razonablemente. Proceder de esta manera es razonable, humano. No se nos pide que "aceptemos a ciegas" una postura o explicación de nuestra vida. No se nos pide que hagamos un camino extraño o irrealizable. Se nos pide que vivamos razonablemente, juzgando todo, comparando todo con este deseo del corazón. Si al compararlo todo, mis vivencia, circunstancias, dificultades, éxitos, dramas personales, encuentro que corresponden a estos deseos, entonces puedo decir que son cosas dignas de ser abrazadas, aferradas por mí. En caso contrario no lo son o lo son solo en la medida en que expresan la desproporción de mi vida con mi deseo.
Lo que se nos propone no es aceptar una idea de hombre sino más bien verificar si la hipótesis de hombre que se nos propone es razonable, si corresponde con el deseo de mi corazón, si puedo hacer experiencia de ello verificándola en mi vida. ¡Nada más digno de un hombre que apostar por su libertad!
Preguntémonos: ¿Experimento en mi vida este deseo infinito de bien, verdad, belleza, felicidad y justicia? ¿Cómo se despierta en mí ese deseo? ¿Existen circunstancias que hagan más evidente la existencia de este deseo? ¿Vivo sin la conciencia de estos anhelos? ¿Están dormidos en mí o prefiero esquivarlos e "ir a lo concreto"? ¿Son estos deseos abstracciones o teorías complicadas o existen en realidad?
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