El desafío del momento presente




Dice Giussani que las circunstancias no son enemigas, sino que las circunstancias por las que el Misterio nos hace pasar son parte esencial de nuestra vocación. ¿En qué sentido el resultado de las elecciones del 2 de junio son parte esencial de nuestra vocación? ¿Cuál es el desafío que nos lanzan? ¿En verdad se puede decir que el Misterio nos hace pasar por estas circunstancias para reconocerle?

 

Con ayuda del ChatGPT encontré estas citas de El Sentido Religioso:

La Providencia nos lleva siempre a través de circunstancias precisas, de modo que todo aquello que sucede, hasta el detalle más mínimo, se convierte en una provocación de nuestro 'yo'.

La realidad, en todas sus circunstancias, es siempre positiva; incluso cuando nos resulta difícil de aceptar, nos está diciendo algo.

Las circunstancias a través de las cuales Dios nos hace pasar son esenciales para el diseño de nuestra vida.

El significado de las circunstancias es la provocación para descubrir el rostro de Cristo y la manera en que Él actúa en nuestras vidas.

Las circunstancias son el modo en el que Dios nos llama, nos educa y nos hace crecer en la fe.

Toda circunstancia es una oportunidad para que el corazón humano se abra y responda a la presencia de Dios.

La verdadera libertad consiste en adherirse a la realidad tal y como es, con todas sus circunstancias, porque es en la realidad donde encontramos la manifestación del Misterio de Dios.

La circunstancia es el lugar donde la libertad humana es llamada a tomar una posición, a comprometerse con la realidad en toda su plenitud.

Todas estas citas y la frase de Don Giussani muy cerca de su muerte: "las circunstancias nunca me traicionaron", son una gran provocación que necesita verificarse. ¿Cómo es que toda circunstancia es positiva, en lo concreto, no en lo abstracto? ¿Cómo ayudará a mi fe un gobierno con el que no comparto muchas cosas y que percibo hostil y hasta enemigo de mi felicidad y realización? ¿Cómo abona a mi felicidad y cumplimiento, al de mis hijos y mi esposa, al de mis vecinos y amigos, este nuevo gobierno, estas iniciativas de ley que pretenden eliminar los contrapesos al poder ejecutivo o las obras faraónicas inconclusas como el Tren Maya, Dos Bocas y el AIFA?

Al mismo tiempo me doy cuenta de que mucho de mi desconcierto se debe a la idea que me hago de aquellas cosas que pueden hacerme feliz y cumplir mi humanidad. ¿Si hubiera ganado Xóchitl sería más fácil ser feliz? ¿Si se fortalecieran las instituciones democráticas deterioradas por las políticas de López Obrador, todos estaríamos mejor? ¿Un gobierno distinto, garantizaría que hubiera un mejor sistema de salud, menos violencia, menos inseguridad, menos avance del narcotráfico?

Creo que el punto central es en qué y en quién está puesta mi esperanza. Si, como dice San Pablo en 1 Cor 15,19, nuestra fe en Cristo se reduce a esperar solamente las cosas de este mundo -mejor gobierno, más democracia, libertad de emprender, estado de derecho- seríamos los más desdichados de los hombres. ¿Por qué no bastan ninguna de estas cosas, buenas en sí mismas, para hacernos felices? ¿Debemos renunciar a ellas o resignarnos a que sean imperfectas o que no existan? ¿Cómo aceptarlas sin renunciar al deseo infinito de felicidad y justicia, sin caer en el cinismo o lamentación?

En la 2 Carta de San Pedro en los versículos 3,13, dice: "Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia." Es decir, la esperanza de una tierra y cielos nuevos es espera de la vida eterna, de un "nuevo mundo" donde no habrá dolor, llanto, injusticia, trampas, cochupos, fraudes, enfermedad, etc. Por tanto, ¿debemos esperar hasta la segunda venida de Cristo y mientras tanto resignarnos a vivir una presente lleno de secuestros, asesinatos, tráfico de personas, guerras, enemistades? ¿Es ingenuo esperar en esta vida un orden social, político, económico, ecológico, mejor y más conforme a nuestra esperanza? ¿En qué época se ha dado? ¿Qué sociedad lo ha construido? ¿En qué país se ha realizado?

En la felicitación a Claudia Sehinbaum por su triunfo electoral, el episcopado mexicano dice que "como pastores, nos llena de esperanza ver cómo los ciudadanos abrazan los valores del bien común. Que este espíritu nos siga animando e inspirando en la construcción de un futuro más brillante para nuestra querida patria". Suponen que los millones de votantes que sufragamos el pasado 2 de junio lo hicimos abrazando los valores del bien común. Me pregunto, ¿así fue? ¿todos los que votaron lo hicieron con la conciencia de abrazar los valores del bien común? ¿los que vendieron su voto también? ¿los que falsearon algunas las actas a propósito, buscaron el bien común? ¿los que hicieron campañas en redes sociales denostando y dividiendo, los que votaron por revancha o por el posible beneficio de un empleo o un buen negocio, buscaron la justicia?

No se trata de ver todo mal o todo bien. Tampoco de opacar la participación ciudadana en las urnas. Mas bien quisiera encontrar los signos, los hechos, las razones, los motivos para esperar un futuro mejor para nuestro país, para saber que vamos en la dirección correcta y que estamos construyendo una sociedad más justa, más humana, más equitativa; para que esta circunstancia sea la ocasión para reconocer con más intensidad y fuerza el deseo de felicidad, justicia y bien que hay en mi corazón; que este momento histórico que vivimos sea un camino que nos ayude a reconocer a Cristo, Señor de la Historia, y cómo vamos caminando en este "flujo incesante del amor" hacia la plenitud de los cielos nuevos y la tierra nueva que todos anhelamos.



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