La esperanza en el presente
¿Existe una esperanza en el presente? ¿Qué podemos esperar de las circunstancias actuales? ¿Hay razones para esperar un futuro mejor?
Al día de hoy se identificaron 785,709 infectados y 37,810 mil muertos por el covid-19 en todo el mundo. En México ya son 1,094 infectados y 28 muertos y se espera que en las próximas semanas el número de infectados y muertos crezca dramáticamente. Las consecuencias económicas se estiman en una caída del PIB de 3 o más puntos porcentuales. La amenaza de saqueos a centros comerciales, la escasez de alimentos, el alza en los precios de productos de la canasta básica, el desempleo y quiebre de empresas ya comenzó. La realidad obligó al gobierno a declarar la "emergencia sanitaria". La vida que hasta hace unas semanas transcurría con normalidad, se ha transtornado dramáticamente para millones de personas.
Todos deseamos que esta pandemia termine, que afecte a la menor cantidad de gente posible, que los muertos sean los menos, que pronto se encuentre una vacuna, que los sistemas de salud puedan hacer frente a la emergencia, que las medidas que tomen los gobiernos sean eficaces y se eviten males mayores, que los ciudadanos seamos responsables y actuemos en consecuencia, que las empresas resistan la recesión económica, que pronto se recuperen los empleos. La pregunta es si hay razones, hechos, datos, que nos permitan tener una esperanza fundada de que las cosas irán mejor.
Dios mismo parece callar ante este drama humano. El Papa Francisco ha rezado, implorado, que esta pandemia se detenga y sin embargo en Italia y el mundo entero crece el número de muertos. Se elevan oraciones, sacrificios, plegarias y todo parece inútil, la pandemia avanza inexorable. Han fallado los medios humanos y, al parecer, los medios divinos.
El esfuerzo de miles de enfermeras y enfermeros, médicos, agentes sanitarios, autoridades, asociaciones, personas de buena voluntad se muestra insuficiente, incapaz de detener la amenaza de este enemigo invisible. La velocidad de los remedios es vencida por la rapidez del contagio, enfermedad y muerte.
¿Es razonable esperar una mejoría? ¿Podemos esperar un futuro mejor? ¿Podremos encontrar el remedio a tan grave enfermedad? O, como muchos opinan, lo mejor es empezar a pensar en el "día después", enfocarnos en lo que vendrá, en cómo serán las cosas después del coronavirus y mientras tanto, sobrellevar el presente, resignados, tratando de disminuir los daños.
Esta tragedia humana hace que surjan en nosotros las preguntas fundamentales sobre la existencia, sobre la razón del vivir, sobre la misteriosa presencia del mal, sobre el valor de nuestro esfuerzo, sobre la solidaridad humana, sobre todo con los que más sufren. Preguntas que parecen superadas pero el drama actual saca del baúl de la conciencia y nos la pone delante, quemándonos por dentro. Porque no hay respuesta que responda adecuadamente al dolor que causa la muerte de un hijo, del padre o la madre, del hermano o hermana. Al enfermo no le bastan "respuestas", necesita medicinas, tratamiento, cuidado, atención. El enfermo quiere la salud. Es por tanto un hecho, un acontecimiento, una presencia, una persona la única capaz de ayudarnos en esta circunstancia.
¿Pero qué persona es capaz de estar frente a esta circunstancia generando esperanza? ¿Qué presencia puede cambiar la tristeza en alegría y el dolor en esperanza? ¿Qué hecho o acontecimiento es necesario para cambiar este mundo lleno de dolor y sufrimiento? ¿Se puede aceptar la muerte en paz? ¿Tienen algún sentido el dolor y el sufrimiento?¿Ha existido en la historia de la humanidad, de los pueblos, de las personas, hechos, personas, una presencia capaz de sacar un bien de un mal? ¿Por qué decimos que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que los soporte? ¿Por qué decimos que después de lo más oscuro nos espera la luz? ¿Es razonable esperar, después de la crisis con todas las muertes y daños que vendrán, un futuro mejor? Nuestra experiencia humana nos dice que el mal no dura para siempre y que el bien siempre se impone, triunfa, vence. Es un optimismo, una fe, una confianza de fondo que nos dice que siempre habrá un futuro mejor. ¿Vale esto incluso para los que van a morir? ¿Es suficiente?
El bien que vemos en el presente es la fuente más grande de certeza y de esperanza. Que en medio de tantas dificultades haya hombres y mujeres que se esfuerzan por solucionar el problema, que atiendan a los enfermos, que se expongan con tal de ayudar a otros, que donen su tiempo, dinero, esfuerzo por encontrar una solución, por hacer más llevadera la enfermedad, por asistir a los moribundos, por dar una sepultura digna a los muertos. El toparse con estas personas es fuente de esperanza. ¿Son signos de una presencia más grande? ¿Son signo de la presencia de Dios en medio de nosotros? ¿Son la manera en que Dios responde, contando con la libertad de quienes así responden?
Creer, esperar, amar son una gracia. No se puede exigir a nadie. Es un don inmerecido para quienes se nos ha dado. Reconocer esta Presencia en la presencia de tantos hombres y mujeres de bien también es un don y esta es la fuente de nuestra esperanza.
Gracias Toño! A veces nos cuesta ver ese bien enmedio de la adversidad...lo sobrenatural, el milagro está ahí frente a nosotros!! Pidamos la gracia de creer y esperar!! Un abrazo Toño!!
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