La fuerza de la convicción

Me admira la convicción Andrés Manuel, presidente de México. La energía que despliega, la fuerza de sus palabras, el afán de ser ejemplo, la tozudez frente a los hechos, la negación de los datos frente a sus "otros datos", la seguridad de sus acciones, el liderazgo que a unos doblega y a otros convence.

Me pregunto de dónde nace esa energía suya capaz de comunicarla a su base de votantes e incondicionales, cómo ha sido capaz de mantener su postura frente a las dificultades que ha tenido para llegar a ser presidente y las que ahora tiene, tan grandes, complejas y difíciles.

Pienso que su fuerza nace de sus convicciones, es decir, del apego que tiene a sus ideas, a sus ideales, a la manera como entiende la vida pública, la política, su familia y a sí mismo; al sentimiento que tiene de cumplir una misión para con todos los mexicanos, especialmente para con los más pobres, como repite constantemente.

Sin hacer un panegírico del presidente, pues todos saben que no soy partidario suyo ni mucho menos, reconozco este hecho que me asombra y que hace preguntarme sobre la fuerza que representan las convicciones en la vida de cualquier persona.

Reconozco que la convicción es una fuerza poderosa, que da energía a la persona para obrar, comprometerse, enfrentar los obstáculos, mantener las decisiones tomadas. Nace de una certeza que genera una gran fuerza de voluntad y que se confirma día a día como la gota de agua que horada la piedra.

Esta convicción supone una conciencia que se funda en las cosas, en los hechos, en los acontecimientos, en las personas. Conciencia, es decir, caer en la cuenta de algo, de las necesidades de los pobres, de los errores del pasado, de los aciertos del presente, de los fallos y fracasos propios y ajenos.

Por tanto, la convicción es razonable en cuanto conciencia de la persona y puede ser verdadera o falsa, en la medida que se sustenta en los hechos, los datos de la realidad.

Un fanático no es razonable ni se basa en lo verdadero. Un hombre de grandes convicciones es siempre razonable y se basa en lo verdadero. Por ello no basta cualquier convicción, sino que ésta sea razonable y verdadera.

Sin embargo parece que la fuerza de la convicción no depende de su verdad y razonabilidad. Ahí tenemos el caso de Hitler, que no era razonable y basaba su acción en un prejuicio como la supremacía de la raza. Por otro lado, está Gandhi, que era razonable y sustentó su acción en el derecho democrático de los ciudadanos. Ambos son identificados como hombres de grandes convicciones. En ellos operaba una convicción, en un caso para mal, y en otro para bien.

También el sentido de la vida, la orientación que se da a la propia existencia, la conciencia de una misión se vuelven una convicción, capaz de mover a las personas hasta el grado de dar la vida por otros como Edith Stein o a matar a muchos como los radicales religiosos o políticos.

¿De qué depende la fuerza de la convicción? ¿Por qué en algunos la misma convicción es energía que les lleva a realizar grandes cosas y en otros no? ¿Puede un hombre vivir, absolutamente, sin convicciones? ¿El valor de la vida y de la propia existencia dependen de la fuerza y dinamismo de nuestras convicciones?


Existe una convicción serena, como la de los padres que educan a los hijos con paciencia o la del empresario que espera sin prisa los resultados de su esfuerzo o el maestro que enseña poco a poco. No generan grandes acciones, no generan resultados asombrosos, no se notan sus acciones sino con el tiempo, pero a la larga, son las convicciones que mejores resultados producen. Requieren tanta energía o más como la de aquel que se desgasta en unos años. Implica todo un sacrificio que pocos agradecerán pero pienso que al final es lo que verdaderamente construye una sociedad, un país, a las personas. Ambas son necesarias, la convicción de los grandes, como la convicción de los pequeños.

Finalmente, creo que hay convicciones compartidas que, en la medida que lo son, se vuelven una fuerza tan grande como la de un tsunami: la convicción de que la verdad es mejor que la mentira, la convicción de que con trabajo se construye una vida mejor, la convicción de que todos somos hermanos, compañeros de camino, la convicción de que luchar por la justicia vale más que el conformismo.

Hago votos para que encontremos esas convicciones que nos unen y seamos hombres y mujeres, grandes o pequeños, que aportemos la parte que nos toca para construir el país que todos queremos.

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