El optimismo necesario

Para avanzar en la vida necesitamos una visión positiva de la realidad, de las circunstancias, de los demás y de nosotros mismos, basada en los hechos y no en un "querer ser positivo".

Para muchos las circunstancias hoy en día son difíciles si no es que adversas: al momento que esto escribo, está el conflicto de Estados Unidos con Irán; en México el freno de la economía en muchos sectores, la violencia que ha alcanzado cifras de miedo y que cada día se acerca más a nuestro círculo de seguridad y, en fin, muchas circunstancias que afectan más a uno y a otros. Abundan los pronósticos negativos y pesimistas de todo tipo, los que solo buscan descalificar al actual gobierno, los que se basan en análisis bien fundamentados, los que son solo morbo y palabrería. Para unos el optimismo del presidente es ingenuo o hasta mal intencionado y para otros es palabra de esperanza. En este mar de opiniones, análisis, noticias, opiniones, mañaneras, ¿qué nos ayuda a vivir con optimismo el presente? ¿qué es lo que nos permite afrontar el futuro sin miedo y hasta con esperanza? ¿qué puede motivar nuestra acción frente a tantas contradicciones?

Mirar la realidad, poner atención a los hechos, poner en juego nuestra razón para hacer experiencia  juzgando lo que vivimos para captar su significado. No se trata de tapar el sol con un dedo, ni de ocultar las cosas malas que suceden, se trata de descubrir si incluso en esas circunstancias y en toda esa maldad queda algo de bondad, de belleza, de justicia. No para conformarnos con poco, "con lo poco que queda" sino para partir desde ahí y experimentar esa plenitud que todos deseamos. No queremos un poco de justicia, ni un poco de verdad, ni un poco de belleza, ni un poco de bondad, ¡deseamos que todo sea bello, bueno, verdadero, justo! ¿Qué o quién pude sostener y aún más, cumplir este deseo?

La fe no es un recurso piadoso o un consuelo para el dolor, un analgésico para conformarnos y vivir en este "valle de lagrimas" con la "esperanza" de una vida eterna, como algo que está por venir, lejano, después de la muerte, donde, por fin, seremos felices. Si así fuera, sería como una promesa de político. No es vivir lo peor para esperar lo mejor. La fe, como capacidad, nos permite mirar, entender, juzgar la realidad más profundamente, de forma más verdadera, sin negar lo malo ni quitar lo bueno de nosotros mismos, de los demás, de las circunstancias, de nuestros logros. Es una luz, que permite ver en la oscuridad, como las estrellas, que no quitan la noche pero iluminan el camino. No nos promete la ausencia de dolor, fracaso, sufrimiento, pena, pero sí nos regala una certeza indispensable para construir, para caminar, para saber que vamos en el camino correcto. 

¿Por qué vale la pena esforzarse por los hijos? ¿Por qué vale la pena trabajar por construir una empresa o negocio? ¿Por qué vale la pena gastar en descanso y recreación? ¿Por qué vale la pena donar tiempo para ayudar a otros? Por una experiencia que se vive en el presente, por una plenitud, apenas saboreada, que se experimenta en el camino, por una alegría que nos contagia el gusto por la vida. 

Es necesario pedir para captar esta positividad, percibirla, vivirla, experimentarla todos los días, unos de manera más intensa y otros menos clara, pero siempre presente; es necesario este respiro de aire puro, es necesaria esta certeza con la que uno se levanta seguro de que existe un bien posible, una alegría verdadera, una justicia para todos, que nada es vano, que todo contribuye para un bien mayor.

Por tanto, la positividad de la vida y en la vida nace de esta experiencia que nos hace percibir los signos de un bien ya presente que poco a poco construye una humanidad nueva en cada uno de nosotros, con sencillez, casi con rubor y timidez, pero tenaz, persistente, firme, segura. No es un "tip", no es una habilidad, nos es una destreza, no es un grupo político ni una estrategia, es un don, el don que se nos da con la fe que nos permite afirmar que Uno, que se ha hecho niño para morir y resucitar, es el sentido de la historia y de mi vida y que está presente y que actúa en medio de nosotros con la imponencia de Su presencia, con la fuerza de sus signos inconfundibles: el amor por nuestra vida, el perdón frente a nuestro pecado, la consistencia del mundo y el universo, la contundencia de una palabra dada que no se retracta, de una promesa que se cumple, de una fidelidad eterna.

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