La esperanza que no defrauda

"Para esperar, hija mía, hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber obtenido, haber recibido una gran gracia." (Péguy, El pórtico de la segunda virtud).

W. Congdon
Esperanza: estado de ánimo que se presenta cuando se ve como alcanzable lo que deseamos. Así define la Real Academia de la Lengua Española la esperanza. Un "estado de ánimo" una forma de estar de la persona, un ánimo, es decir, una actitud, disposición o temple, intención, voluntad, carácter, índole, condición psíquica, alma o espíritu en cuanto principio de actividad humana. Que "ve como alcanzable lo que deseamos", es decir, nace del deseo que ve posible, alcanzable, realizable, factible. Nada que ver con una ilusión o quimera, con una fantasía o sueño. Que "ve", es decir, que capta, que reconoce, que tiene conciencia de, es razonable, no sentimental o sensible. Por tanto, esperar supone una conciencia que reconoce como posible lo que desea... por los signos, los hechos, los acontecimientos presentes que reconoce. 

Mientras más capaces de reconocer los signos que hacen posible lo que deseamos, más esperanza tenemos. ¿Es razonable esperar de nuestro gobierno políticas que generen bienestar para todos, leyes que amplíen las libertades, estrategias que garanticen la seguridad? ¿Es sensato esperar que nuestros hijos tengan un mejor futuro, empleos de mayor calidad, una educación pública de excelencia? Todos tenemos esos deseos, pero, ¿hay signos que hagan evidente que se cumplirán? ¿Basta la palabra del presidente, de los políticos, de los comunicadores? ¿Por qué un hijo puede esperar que sus padres cuiden de él, le procuren una buena educación, le asistan en sus necesidades, le amen? Si no hay signos, señales, evidencias, datos, hechos... todo son deseos que se vuelven ilusiones.

¿Por qué esperamos? ¿Qué es lo que esperamos? Esperar es algo constitutivo de nuestra persona, de todo ser humano. El niño espera el alimento de su madre. El hombre espera sostener a su familia con el fruto de su trabajo. Todos esperamos que  mañana saldrá el sol. Todos deseamos ser felices. Todos, de alguna manera, esperamos porque tenemos un deseo, un anhelo, una necesidad que pide ser saciada. Por ello esperamos todo, buen trato, salud, amor, dinero, placer, gozo, alegría, felicidad, un coche, una casa, una buena comida. El objeto de nuestra esperanza es aquello que identificamos capaz de colmar nuestra necesidad, de satisfacer nuestro deseo.

Navidad 1960, W. Congdon
La esperanza cristiana. Si la esperanza nace de nuestro deseo y necesidad, lo que distingue o diferencia a la esperanza "cristiana" es el deseo de Cristo, el deseo que Cristo suscita en nuestro corazón. Un deseo infinito, de felicidad sin límites, de realización plena, de justicia verdadera. Deseo que sería una impostura o maldición si no pudiera realizarse. Por eso San Pablo, después de decir que nuestra fe sería vana si Cristo no resucitó, dice que "Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de los hombres". (1 Cor 15, 19) La esperanza cristiana, esa actitud "cristiana" de esperar como alcanzable lo que deseamos, es al mismo tiempo una fuerza, poder o virtud que llamamos teologal en el sentido que tiene a Dios por objeto y motivo. Nace de Dios y termina en Dios.

Una fuerza para afrontar el presente. Todos hemos experimentado la fuerza de la esperanza y la debilidad, el miedo, la angustia de quien no espera nada. Los desafíos de la vida presente, desde levantarse por la mañana hasta luchar por la justicia requieren una gran fuerza, un vigor más que humano para sostenerse en el tiempo a pesar de los fracasos y las desilusiones. "... el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. (Benedicto XVI, Spe Salvi). En este sentido se nos ha dado la esperanza, fiable, como fuerza para afrontar el presente.

Esperar algo futuro en función de algo presente. La esperanza, la actitud del que espera, es fiable, es decir, confiable, segura, en la medida en que se funda en algo presente, en un hecho presente, en datos que la realidad nos confirma y de los que tomamos conciencia, nos damos cuenta. No es fuerza de voluntad o actitud positiva, es una postura razonable sobre el futuro en base al presente. Los motivos para esperar pueden ser hechos, sucesos, acontecimientos, cosas reales presentes e, incluso, personas en quien nos fiamos porque han demostrado ser dignas de confianza. Pero siempre es una espera que se funda en algo presente. De otra manera sería mera ilusión o quimera.


¿Existe algo o alguien capaz de sostener nuestra esperanza? Todo aquello que esperamos forma parte de la "gran esperanza", del deseo insaciable, infinito, que existe en nuestro corazón, el deseo de felicidad, de verdad, de belleza, de justicia. Los pequeños logros de cada día, las grandes transformaciones de la vida social, los éxitos de la ciencia, los testimonios de tantos hombres y mujeres de bien, la presencia de la Iglesia en tantas situaciones difíciles o en la vida cotidiana de las personas, todo ello son los signos, pequeños pero potentes que fundan, que sostienen nuestra esperanza. La fe, entendida como reconocimiento de una Presencia más grande que nuestras pobres capacidades humanas, que actúa y está presente aquí y ahora dentro de una realidad de hombres y mujeres que llamamos Iglesia, con todos los rasgos de una realidad humana pero al mismo tiempo con la potencia de la fuerza de Dios que nos hace capaces de perdonar a nuestros enemigos, de dar la vida por otros, de visitar al enfermo, vestir al desnudo, visitar al encarcelado, perseverar en el bien. Cristo es la esperanza que no defrauda.

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