EL CORAZON, centro afectivo de nuestra personalidad.


El papel del corazón nos revela la importancia de la esfera afectiva. Entendiendo el corazón como el centro afectivo de la personalidad, Hildebrand no tiene empacho en afirmar que “la felicidad tiene su lugar en la esfera afectiva, sea cual sea su fuente y su naturaleza específica, puesto que el único modo de experimentar la felicidad es sentirla”

Afectividad no-espiritual y espiritual. Tras un agudo análisis de las experiencias afectivas que son motivadas por diferentes objetos, exteriores al sujeto, nos ayuda a reconocer que en el campo de las experiencias afectivas las hay de carácter espiritual y no espiritual. Como las pasiones provocadas por estados corporales y los sentimientos motivados por actos de la voluntad o de la inteligencia, facultades espirituales del hombre. Recuperar el carácter espiritual de las experiencias afectivas, nos ayuda a reconocer su valor y su importancia en nuestra vida.
En todo caso, el valor de la experiencia afectiva viene dado por el valor del objeto que la provoca. La respuesta afectiva al amor no tiene el mismo valor que la respuesta afectiva al dolor de muelas, aunque en su naturaleza son fenómenos afectivos, su valor e importancia significativa para nuestra vida son claramente distintos.

La afectividad tierna 
del inglés tender, es contra puesta a la afectividad enérgica para que nos demos cuenta de cómo la primera, por su carácter suave, diríamos, es en muchos casos despreciada frente a la segunda, de carácter fuerte, dominante. En todo caso, el punto es reconocer que la afectividad puede manifestarse de diferentes maneras según los diferentes modos de ser de las personas, su temperamento, su historia personal, etc. Sin embargo en nuestra cultura la afectividad enérgica tiene un predominio frente a la afectividad tierna. Reconocemos más como valor actitudes y respuestas afectivas enérgicas como la irascibilidad o la capacidad para imponer la propia voluntad, que la mansedumbre y la humildad. Y nos ayuda a darnos cuenta de cómo muchas respuestas afectivas son más bien copia de estereotipos o modelos ajenos a nosotros mismos, que respuestas que nazcan de nuestro centro espiritual, el corazón.

La hipertrofia 
(desarrollo excesivo) y la atrofia (falta de desarrollo) del corazón, son dos enfermedades de la afectividad que tienen que ver, ambas, con el juego que damos a la voluntad y la inteligencia queriendo determinar las experiencias y respuestas afectivas a una de estas facultades, sea por exceso o por defecto.
En ambos casos el perjuicio para la afectividad y para la persona hacen que nuestras respuestas frente a la vida y las personas sean inadecuadas. Además estas formas de la afectividad tienen mucho que ver con el predominio de la mentalidad dominante o mentalidad común. Normalmente una persona que no desarrolla armónicamente sus facultades tiene a dejarse influenciar grandemente por el pensamiento de otros, sean éstos los medios de comunicación, la cultura predominante, los prejuicios, etc.
Aquí Hildebrand inicia un estudio descriptivo de los diferentes tipos de atrofia e hipertrofia que se pueden dar que son de gran ayuda para intentar un “autodiagnóstico” de la afectividad, aunque éste no sea el objetivo del libro y, supongo, no era intención del autor.

Posteriormente trato dos temas de gran importancia, la falta de corazón y el corazón tiránico. Aquí, más que de dos deformaciones del corazón y de la afectividad, reconoce la ausencia de corazón, que no tiene que ver necesariamente con una postura moral de maldad o perversidad, sino que es una respuesta afectiva que puede ser motivada incluso por algún trauma o el dominio de alguna pasión. El hombre falto de corazón es analizado como un ideal que parece imponerse para ciertas facetas o roles de nuestra vida.
Por otra parte, el corazón tiránico o dominante, se nos presenta como su contra parte, como la aspiración de que la esfera afectiva domine por completo sobre la personalidad, sobre los actos de la voluntad y el entendimiento. Sería casi como dejarse dominar por las pasiones o los caprichos.

El capítulo denominado “El corazón como el yo real”, nos ayuda a reconocer cómo el corazón viene a ser expresión del yo real, de la personalidad total. Es importante notar cómo Hildebrand mantiene en todo el libro que “en la esfera moral, es la voluntad quien posee la última palabra; aquí, lo que cuenta por encima de todo, es nuestro centro espiritual libre. El verdadero yo lo encontramos primariamente en la voluntad. Sin embargo, en muchos otros terrenos, es el corazón, más que la voluntad o el intelecto, el que constituye la parte más íntima de la persona, su núcleo, el yo real”.

Sin negar el valor importantísimo de la afectividad y reconociendo que las respuestas afectivas no son libres, Hildebrand nos ayuda a darnos cuenta de que la afectividad, un sentimiento o emoción o pasión, no dominan al hombre, sino que requieren el consentimiento de la voluntad para volverse expresión de la personalidad o la determinen de forma habitual.

Introduce un factor que está en nuestra experiencia y es el de gratuidad. Las respuestas afectivas genuinas nos son dadas, nuestra tarea es aceptarlas o rechazarlas, darles cause o corregirlas. Son, finalmente, un don de Dios que nos revelan la profundidad de nuestro ser.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Sentido Religioso

¿En qué circunstancia estamos?

Ideología y reformas constitucionales