¿Cómo reconocer que Cristo está presente en una compañía de amigos que van de vacaciones juntos? ¿Cuáles son los rasgos de esa presencia o los signos de su acción? ¿Por qué decimos que Cristo "acontece" cuando el corazón se llena de alegría?

Nada es objeción para reconocer la presencia de Cristo. Esto me quedó claro a lo largo de las vacaciones, sobre todo por las objeciones que mis hijos encontraron por las dificultades que vivieron los chicos de la Compañía Juvenil y del CLU. La lluvia que inundó las casas de campaña, la comida que les hizo daño a algunos, dejar el celular, extravíos y sospecha de robos, seguir indicaciones, no poder nadar cuando quisieran, etc. Pero también mis objeciones de pensar que yo haría las cosas de otra manera, que sería mejor haber hecho "así o hazá" y un sinfín de cosas más. Sin embargo todos estos peros y objeciones fueron vencido por la imponencia de los hechos. Poco a poco iba venciendo la alegría, el gusto de encontrarse con los amigos, las pláticas de sobre mesa, los gestos, el paseo, los momentos de descanso, las cervezas de la noche, la misa y la oración juntos. En el fondo se imponía un hecho, contundente, ¡qué alegría estar juntos! ¡qué grande es nuestra amistad!.
La gracia del encuentro, la gracia del carisma. Durante las comidas tuve la oportunidad de platicar con muchos amigos sobre su encuentro con el carisma, con el movimiento, con la Iglesia, con Cristo. ¡Qué historias! Los que fuimos seminaristas y que al dejar el seminario encontramos el movimiento por algún amigo; quien estuvo en una plática que dio Giussani y le cambió la vida, incluso dejar una familia religiosa para seguir lo que había encontrado; quien a través de otros conoció a algún Memore (persona consagrada) y de ahí nació una amistad que, a pesar de periodos de lejanía, ha permanecido hasta hoy; quien vino por primera vez, invitado por alguien, y se admira de lo que ve, de la alegría y amistad que descubre. En fin, que como dice Giussani, es todo un flujo de vida, de personas que nos va alcanzando uno a uno y nos cambia la vida.
Aprender a ser padre, aprender a se hijo. Los testimonios y el gesto cultural sobre la paternidad, fueron especialmente conmovedores y provocadores. Sobre todo el testimonio de la relación de Luna y Barush. Me di cuenta que lo que nos hace ser padres es la capacidad de darse, de amar gratuitamente, sin esperar nada a cambio y que para ser hijo no bastan los lazos de la sangre, sino que sobre todo hay que dejarse amar gratuitamente, sin invocar mérito, derecho o privilegio alguno. Que esta relación padre e hijo es una relación que se nos ofrece y que debemos hacer nuestra, aceptarla, quererla, custodiarla, agradecerla. Así, podemos ser padres e hijos unos de los otros.
Siempre sucede algo, Cristo siempre acontece. Finalmente, como dice el video de Don Giussani que presentaron y que enviaron con la canción que recoge los momentos de las vacaciones, ¡siempre sucede algo!. Nuestra compañía, que es la compañía de la Iglesia, que es la compañía de Cristo, siempre es el lugar, el espacio, la realidad, la tribu y el clan donde siempre sucede algo, donde siempre se puede reconocer la acción de alguien, de Cristo. Basta, como dice la canción, basta mirar, abrir los ojos, dejar un pequeño hueco en el corazón, en la razón, para una pequeña pregunta: ¿quién eres tú que provocas esta alegría, esta amistad? En mi caso, al final de las vacaciones, al despedirme y dar las gracias al P. Davide por haber cuidado de mis hijos a pesar de sus pesares, me dijo que había sido muy bella la conversión de uno de ellos. Yo me quede admirado al constatarlo, nada más yendo de regreso a casa, pues mi hijo me lo ha contado conmovido hasta las lágrimas. ¡Verdaderamente Cristo nos hace suyos!
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