Para no vivir en vano

¡Nadie quiere vivir en vano! ¡Queremos que nuestra vida sea plena, grande, útil! Hacemos planes, proyectos, nos esforzamos, logramos cosas, pero al final final, ¿cuál es la utilidad de nuestra vida?


Foto Google-Cristóbal de Villalpando

Que la vida tenga un sentido, una finalidad, un propósito es algo aceptado por muchos, pero no por todos. Aunque en la práctica todos actuemos movidos por un fin, sea el de tener dinero para comer, hacer algo que nos gusta, ayudar a otros, conquistar el poder, no todos aceptamos que hay un "fin último", un propósito común a todos los hombres. Incluso la idea de "trascender" la referimos a dejar un legado, una herencia, una obra que perdure en el tiempo en este mundo, para generaciones futuras. Que nuestra existencia tenga una continuidad más allá de la muerte no es algo generalmente aceptado y entre quienes lo aceptamos, no siempre lo tenemos presente.

San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios Espirituales, en la meditación del "Principio y fundamento", afirma que "el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado". 

Desde el punto de vista de San Ignacio, toda la vida de todo hombre de todos los tiempos; todo el universo, todas las galaxias, estrellas y planetas; todo el esfuerzo humano, la ciencia, la cultura, el arte, la política; todo tiene una sola finalidad: "las otras cosas creadas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre" y "para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado". En este sentido, podríamos decir que todo nos es "útil" en la medida que nos ayude a "alabar, hacer reverencia y servir a Dios". 

¿Qué entendemos por "alabar, hacer reverencia y servir a Dios", "salvar su alma"? ¿Qué hay de esta vida? ¿Cuál es la finalidad de nuestra vida mientras vivimos en este mundo? ¿Cuál es la utilidad de todo nuestro esfuerzo y trabajo?

Ireneo, santo del siglo II, obispo de Lyon, expresó sintéticamente lo que es la gloria de Dios: "Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis Dei" que Benedicto XVI, en la Basílica de la Salud de Venecia el domingo 8 de mayo de 2011 parafraseaba así: "gloria de Dios es la plena salud del hombre, y esta consiste en estar en relación profunda con Dios". Por tanto, que vivamos en esta vida esa profunda relación con Dios es nuestra "salvación" y la "gloria de Dios", es decir, el sentido de nuestra existencia. 

Esta "profunda relación con Dios", que es nuestra "salvación", hace que vivamos verdaderamente, plenos, felices, capaces de amar, fuertes en la dificultad, alegres en la adversidad, solidarios con todo hombre, constructores de paz. La relación con Dios más profunda es la que se nos regala con el bautismo, identificándonos con Cristo, participando de su mismo Espíritu, haciéndonos hijos su mismo Padre.

Volviendo a la pregunta inicial, ¿cuál es la utilidad de nuestra vida?, podemos responder que nuestra vida es útil en la medida que todas las circunstancias, las relaciones, los bienes, los logros, los sufrimientos... todo, nos sirve para unirnos más profundamente con Dios.
Foto Google-Marc Chagal

Esta unidad con Dios, en Cristo, es la mayor contribución a la construcción de un mundo nuevo, mejor, fraterno. No hay lazo más profundo, ni vínculo más fuerte que el que se crea por el bautismo, que nos hace "miembros de un solo cuerpo", "hermanos salvados y unidos en Cristo", que nos permite tener una mirada nueva hacia el otro, reconociéndolo como hermano, compañero de camino con un mismo destino; reconociendo que el mundo nos ha sido dado como casa común para nuestro bien. Que exista la unidad entre los hombres es obra de Dios, capaz de unir en un mismo deseo y un mismo destino a los que son distintos.

¡Aceptar y secundar esta acción salvadora de Dios es lo que da verdadera utilidad a nuestra vida!


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