A la altura de las circunstancias

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¿Hay algo presente que nos permita mirar con optimismo el futuro? ¿Existe una posibilidad real de ser mejores después de la pandemia? Si se impusiera en México un régimen totalitario, ¿la vida seguiría siendo bella, llena de sentido y expresión del amor de Dios? ¿Tendremos que aceptar vivir en una situación menos favorable en lo económico, lo social y político? ¿Incluso pobreza, disminución de derechos civiles, mínimas oportunidades, opresión, persecución, deterioro ecológico?

Nuestra vida, la conciencia que tenemos de nosotros mismos y de la existencia, las convicciones y certezas que nos han sostenido están siendo duramente probadas. La conveniencia de la democracia, el valor de la fe, la fuerza de la familia, la necesidad de compañía, la utilidad de la escuela, el modelo educativo, de salud y económico. Todo está siendo probado por algo tan diminuto como un virus que ha sido la gota que ha derramado el vaso, la ocasión que nos ha obligado a mirarnos desde otro punto de vista, con otros criterios.

A esta situación hemos llegado libremente, aceptándola más o menos conscientes. Así el grupo que está en el poder y quiere implantar su modelo de país, de sociedad e incluso de persona. También quienes antes y hoy están a la casa de las oportunidades sin mirar al de junto; quienes hemos sido omisos e indiferentes o simplemente rebasados por las circunstancias. 

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Las diferentes respuestas a esta dramática circunstancia están a la vista. Se nos proponen como alternativa de solución y propuesta de significado. Los que desafían al coronavirus y no atiende las recomendaciones de confinamiento. Los que quieren abrir la economía a toda costa sin protocolos de salud. Los provocadores y agitadores políticos que quieren sacar raja de la circunstancia. Los miles que tienen que salir a trabajar y buscar el sustento diario. Los millones que han perdido el trabajo o cerrado su negocio y esperan la ayuda de "alguien". Los que anuncian catástrofes y más desastres y los que no quieren ver la gravedad de las circunstancias. Los opinadores, expertos, gurús que nos dicen qué hacer. Los miles de voluntarios que ayudan a quien necesita un trabajito, una despensa, una llamada, apoyo en las tareas. Los agentes sanitarios que se exponen día a día, poniendo en roesgo su vida y la de sus familias. Todos intentando hacer algo, respondiendo con mayores o menores resultados.

Hoy queda patente que nos necesitamos unos a otros, que cualquier intento de respuesta incluye al otro, aunque piense distinto; que ver por el otro es ver por uno mismo y que por poco que tengamos, siempre podemos ayudar a quien lo necesita; que todo lo que tenemos se nos da para construir juntos, incluso a costa de una vida menos cómoda y placentera; que nuestra seguridad no depende de las cuentas de banco, del empleo, del seguro social o de vida; que dividir, denostar, atacar no construye y que la critica sana y prudente debe pasar a la acción concreta y desinteresada.

Foto de google. Zaqueo.
Pero todo esto son puros buenos deseos y buenas intenciones si lo que cambia hoy no somos nosotros, la conciencia de nosotros mismos y de nuestro destino; si no caemos en la cuenta que para que todo cambie, primero tengo que cambiar yo; y que para que yo cambie, solo es posible si Dios nos da la gracia, es decir, el don de la conversión; si se despiertan en mí un afecto nuevo y una conciencia conmovida y agradecida de mí mismo y de los demás. Y esto sólo es posible en la conjunción de dos libertades, la de Dios y la mía, y en la experiencia concreta, familiar y cotidiana de ser amado. Si esto se da, podremos vivir, realmente vivir, a la altura de nuestra dignidad humana, en riqueza o pobreza, salud o enfermedad y seremos verdaderos protagonistas de nuestro destino.

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