Alegría de creer
"Contemplaré cada día el rostro de los santos, para encontrar descanso en sus palabras."
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Madeleine Delbrel (1904-1964) nació en Mussidain, Francia, en una familia indiferente a la religión, pero con un gusto por la poesía. Desde muy joven, a los 17 años, se plantea con seriedad las preguntas sobre el sentido de la existencia y con una claridad y coherencia impresionante escribe "Dios está muerto. Pero, si esto es verdad, es necesaria la lucidez de no vivir más como si Dios aún existiese" y se extraña de la general falta de sentido común de quienes aceptan que Dios o está muero o no existe y que sin embargo viven como si aún existiese: los científicos "son un poco infantiles", los pacifistas "son simpáticos pero débiles en el cálculo", a la gente de bien " le falta modestia", los enamorados "son radicalmente ilógicos y se niegan a razonar", las únicas personas serias son los artesanos y los artistas que fabrican cosas que duran como los cuadros, las sillas, las poesías.
"Se intuyen unas ganas de vivir inconmensurables, así como un inagotable deseo de amar, radicados en un corazón que, sin embargo, ha aprendido a no esperar nada; ha aprendido que ni siquiera tiene el derecho de decir 'adiós', puesto que la palabra contiene el nombre de un muerto -Dios- que ha arrasado todo consigo. 'Dios se ha llevado hasta las palabras', dice, proclamando la ultima evidencia, como si prorrumpiese en llanto."
Y concluye su ensayo: "¿se puede decir a un moribundo, sin faltar al tacto, buenos días o buenas tardes? Entonces se le dice: hasta luego o adiós... hasta que aprenderemos a decir: hasta no vernos más en ningún lado... hasta la nada absoluta."
En su vida domina el nihilismo, un sentido profundo de la precariedad de la existencia frente al que se plantean dos opciones: la apatía y olvido ante la vida o el compromiso con el presente, aunque ambos desemboquen en la nada. Ella elige el compromiso por el presente.
Solo un año después, se enamora de Jean, un joven alto, deportista, serio, lleno de intereses, políticamente activo y católico ferviente. Después de dos años de noviazgo él la deja para hacerse sacerdote. Esto enfurece a Madeleine que sin embargo tiene la valentía de confrontar todo su anticlericalismo con el hecho, irrefutable, del amor de Jean y de la amistad que vivió con sus amigos. Se plantea el problema de la fe en forma de pregunta: ¿Dios, podría acaso existir? y cae en la cuenta de la consecuencia de la respuesta: si Dios existe, ella debería cambiar radicalmente su actitud frente a la vida. Ya no sería la nada lo que dominaría sobre la existencia, sino el Ser. "Elige rezar, como la actitud que mejor traducía el cambio de prospectiva, aceptando ya, con este gesto, la posibilidad de la existencia de Dios. Su sí... es el regalo por anticipado a un Dios que, si existe, es Todo."
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A partir de este momento su vida se vuelve la historia de una relación, de su relación con Dios y por lo tanto, relación con los hombres y con la Iglesia. Inicia un camino que la lleva a consagrare como laica en el mundo, en una época en que estos términos ni siquiera se usaban. Se matricula para ser trabajadora social, para estar cerca de las necesidades de las personas. Se hace scout por un tiempo donde hace amistad con algunas chicas que le siguen con quienes fundará su primera morada. Encuentra al Padre Lorenzo que la ayuda a introducirse en la vida de la Iglesia. Siempre guiada por el Espíritu Santo, mantiene su sí atenta a las circunstancias frente a las que Dios la pone y a través de las cuales le habla: "Si crees de verdad que Dios vive en ti, donde quiera que encuentres un lugar para vivir, encontrarás un lugar para rezar".
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Toda su vida se volvió un encuentro con Dios en la oración y en el encuentro con los hombres. A través de su mirada hacía patente la mirada de un Dios, que ante todo es Padre y vive mendigando el amor de sus hijos que quiere que le amen libremente. De un Dios que se hace presente a través de la Iglesia: " si te amo, comunista, no lo hago a pesar de la Iglesia, sino gracias a ella y en ella".
Madeleine trabajó mucho con los pobres y necesitados. Daba conferencias, aconsejaba, gestionaba ayudas. Escribió varios libros que ahora son parte de la espiritualidad de la iglesia, en particular del apostolado laical: La alegría de creer, La santidad de la gente ordinaria y muchos más. Murió el 13 de octubre de 1964. Su proceso de canonización está iniciado y su fama de santidad es cada día más reconocida.
"En su misal, sus compañeras encontraron algunas palabras escritas diez años antes para conmemorar el trigésimo aniversario de su conversión. Para indicar su radical abandono a Dios, madurado en aquellos años, había escrito:"
"Yo quiero lo que tu quieres,
Sin preguntarme si lo puedo,
Sin preguntarme si lo deseo,
Sin preguntarme si lo quiero."
Los textos entrecomillados son de la traducción para uso privado que hizo Luciano García Menéndez del rerato de Madeleine Delbrel, de Ritrati di Santi, 6, de A. Sicari, Jaca Book Milano, 2000, 127-145.
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