Moralidad: tensión entre realidad e ideal

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Al hablar de moral o de ética, normalmente nos viene a la mente la idea de reglas que se deben cumplir, normas de conducta. Y aunque esto no es equivocado, no es completo. La moralidad no son solo reglas y la ética no son solo comportamientos adecuados.

La moralidad es una tensión provocada por un deseo, por un atractivo. Todos hemos tenido la experiencia de algo que nos atrae o nos gusta. Así, yo puedo querer comer en este momento unos tacos, pero me doy cuenta que no me conviene porque si ceno tacos, sueño pesadillas. Esta tensión entre el deseo, el gusto de comer tacos y la conveniencia de hacerlo, es una tensión. Ante esta situación yo hago un juicio, es decir, tomo conciencia de la situación y puedo valorar qué es lo que más me conviene y así tomar la decisión. Puede ser que el atractivo por los tacos sea tan grande que decida comerlos aunque me produzcan pesadillas, pero también puede ser que prefiera no comerlos y escoja dormir bien

La vida está llena de deseos, de aspiraciones, de ilusiones, de ideales que nos atraen o nos impulsan atrayéndonos. El deseo de justicia, de verdad, de bien, de belleza, de una vida mejor, de un descanso merecido, de acabar una obra. Todas las cosas suscitan en nosotros un atractivo que nos despierta, que nos pone en acción. Algunas cosas o situaciones o personas despiertan en nosotros una simpatía mayor, un atractivo mayor que otras.
Seguir ese atractivo es la dinámica de la moralidad. Frente a la fuerza de mi deseo, despertado por la presencia de otra cosa, todo mi ser se pone en movimiento. Se despierta la inteligencia, se mueve la voluntad, se pone en juego el afecto, la sensibilidad se agudiza, la memoria se fortalece. Todo mi yo se pone en acción con todas sus capacidades porque deseo, anhelo, quiero eso que he vislumbrado como bueno o conveniente.

Pero no basta que el deseo se despierte, hace falta que, entre este deseo despertado por la presencia de algo que me atrae y la acción que realizo, se haga el juicio que me permita reconocer si aquí y ahora, en esta circunstancia concreta, lo mejor, lo más conveniente es que persiga esa cosa o consienta a ese deseo. Este juicio prudencial me ayudará a discernir si esta acción es adecuada y conveniente.

Pero, ¿cuál será el criterio de juicio para discernir lo que me conviene de lo que no me conviene? El criterio para juzgar no será otro sino la experiencia, entendida como un “experimentar juzgando” de modo que pueda verificar en acto, es decir, en la acción, si eso que persigo y alcanzo, si ese esfuerzo vale la pena, si me satisface. Aquí es donde entran las reglas como ayuda, como orientación. Una norma o regla moral no es otra cosa que un criterio, un juicio que me ayuda a discernir, que me permite considerar los factores involucrados en la decisión que debo tomar. El valor de la norma o regla es el de ser una guía, como una lámpara nos ayuda a caminar en el bosque en la noche sin luna. Si las normas morales más que una admonición externa son una experiencia vivida, tendrán una fuerza de juicio mayor que, curiosamente, nos hará más libres, nos permiten respirar con soltura.


La cereza de la moralidad es la satisfacción, el gusto por las cosas, la alegría de vivir. Volviendo al caso de los tacos, si mi decisión fue la de comerlos por la noche y en consecuencia tuve pesadillas, no me sentiré satisfecho de ello. Pero si fuera el caso que los comí pero no tuve pesadillas, me sentiré satisfecho. Es esta experiencia de satisfacción lo que me permite verificar la validez o pertinencia del juicio hecho y de la acción realizada. En este caso tan banal de los tacos, las consecuencias son menores, pero en la vida hay decisiones y acciones que trascienden al momento presente como puede ser el caso de tomar la decisión de casarse, aceptar un trabajo que implique cambiar de residencia o involucrarse con una causa política que comprometa mi tiempo y mi dinero. Sin embargo la pertinencia y conveniencia de todas las decisiones se corrobora gracias a la satisfacción que producen, a la alegría que nos proporcionan, al buen sabor que dejan. No tener miedo de la satisfacción, del gozo, de la alegría es tan necesario como tomar una buena decisión, de otra manera, ¿cómo podremos verificar su petinencia?

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