La coherencia como don, regalo de un encuentro


Resultado de imagen para renoir pintorLa tensión moral, la moralidad, introduce en nuestra vida un deseo, un anhelo, un movimiento por querer alcanzar el ideal, como aquello capaz de darnos satisfacción, realización y cumplimiento. El ideal es percibido como aquello a lo que estamos llamados a ser y realizar. De aquí brota el deseo de coherencia, entendida como el paso del querer ser al ser, es decir, el cambio que nos va haciendo más semejantes al ideal. Percibimos la necesidad de hacer un camino, que implica un esfuerzo y un sacrificio. Si nos movemos y estamos dispuestos al esfuerzo y sacrificio es porque la conciencia que tenemos del bien deseado o mejor, la experiencia de ese bien deseado, no mueve, nos atrae, nos da la fuerza para andar. Quienes hemos subido montañas, cuando vamos por el bosque y no vemos la cima y el camino es empinado, agradecemos el momento en que vislumbramos la punta y, curiosamente, nos vienen nuevas fuerzas para seguir caminando a pesar del cansancio. Es la fuerza del ideal que nos atrae.

La coherencia como don, no como resultado.


La coherencia se da entonces más por la fuerza de atracción del ideal que por la fuerza de voluntad de cada uno. La coherencia, más que el resultado de un esfuerzo titánico, es el fruto de dejarse atraer por algo más grande y hermoso que tiene el poder de darnos la fuerza para ir hacia él. Es como el magnetismo que atrae los metales. La coherencia es así, es una fuerza tan grande, tan potente, que nos jala hacia sí. En el caso del hombre, ser libre, este dejarse atraer o este ser llevado, implica siempre el compromiso de la libertad, es decir, la conciencia y la aceptación del camino y el deseo del ideal. No podemos ser llevados si nos oponemos o no queremos, hace falta el consentimiento de la libertad que dice sí al ideal, al bien, a la belleza que le atrae. Esta fuerza de adherirse a ese bien, de consentir en ser llevado, es la fuerza del afecto, es una fuerza afectiva que se pega a aquello que reconoce como bueno, como bello, como justo. Así, razón, conciencia, libertad, afecto, deseo, belleza, bien, son palabras llenas de significado que marcan el camino. El fruto, como una flor, es la coherencia que se vive como agradecimiento, como reconocimiento de no poder vivir sin la presencia de eso que reconocemos como lo más necesario. Nada más lejos del estoicismo o el moralismo de nuestro tiempo.

El encuentro, origen de la moralidad.


La tensión moral no es la dificultad de la decisión, ni la coherencia en la acción, sino más bien, la fuerza con que soy atraído por algo. Esta atracción parte de la necesidad y de la presencia de aquello que sacia mi necesidad. Este encuentro entre necesidad y el objeto de mi necesidad provoca la tensión moral y es el origen de la moralidad. Por tanto, es gracias al encuentro de mi necesidad con el objeto que sacia esa necesidad, el origen de la moralidad. La importancia de encontrarse con algo o alguien que se perciba como aquello capaz de satisfacer mi necesidad, es el inicio de la moralidad.

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