Rasgos de SANTIDAD
"No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Jn 15,17)
Leí la biografía del Siervo de Dios Don José Rivera, escrita por J.M. Ampuero, publicada por la Fundación Gratis Date. Me ha impresionado vivamente la vida de santidad heróica de Don José, de quien tuve conocimiento por el P. Pepe Pereda fundador de los Cruzados de Cristo Rey quien ahora vive una vida contemplativa dentro con los Siervos de Jesús. Durante la lectura me venían constantemente las vivencias y figura de Don Miguel Martínez, hermano Lasallista con fama de santidad entre nosotros sus alumnos y del también Siervo de Dios Don Luigi Giussani, fundador del Movimiento de Comunión y Liberación.
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Don José Rivera |
Pobreza. Uno de los rasgos de Don José, compartido por Don Giussani y Don Miguel, es la pobreza real. Cada uno la vivió a su manera y según sus circunstancias, es decir, según el Espíritu Santo les movía a hacerlo. Don José tenía poca ropa, como Don Miguel que siempre usaba el mismo traje. Lo que le regalaban lo daba a los más necesitados. Buscaba las ocasiones para llevar a los pobres comida, ropa, dinero y todo tipo de ayuda. Daba de lo suyo a quien lo necesitara sin pensar en sí mismo. No utilizaba ni poseía coche, utilizaba autobús o lo llevaban otros en sus coches. En el caso de Don Miguel, siempre uso el vochito blanco de los Hermanos de La Salle. Sus pertenencias eran mínimas. Donaron sus libros y dejaron deudas porque la muerte los sorprendió y se habían comprometido para atender las necesidades de otros. Su criterio de vida no era el éxito, la eficacia, el reconocimiento sino el amor, la atención fina y delicada a la necesidad concreta de los demás que les llevaba al desprendimiento material.
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Don Miguel y Paula |
Oración. Don José dedicaba muchas horas a la oración, normalmente de 4 a 7 de la mañana, todos los días. Además hacía vigilias semanales y un retiro espiritual de un día cada mes. Además de la Ecuaristía y del rezo del breviario, gustaba de la oración mental, la meditación de la palabra de Dios e incluso del "estudio orante". Su oración no era voluntarista, era más bien un deseo ardiente, cada vez más, de estar con Cristo, a solas. Enamorado de Cristo pasa el mayor tiempo posible con El. En su caso, recuerdo que Don Miguel pasaba muchas horas en la capilla del Colegio Benavente, en oración. Giussani dice, más como comentario ocasional, que lo que más le gusta hacer es rezar con calma el breviario, estar con Cristo. En los tres era notorio se amor por la Santísima Virgen mediante el rezo del Rosario.
Sacrificio. Ayuno y penitencia. Don José, al final de sus días, hacía una sola comida al día y ésta, muy parca. Practicaba la mortificación de los sentidos y comía en frío, sin calentar. Comía lo que no le gustaba incluso, como el caso de la coliflor, aunque le repugnara y le diera vómito. También utilizaba el cilicio, de manera habitual. Al grado de que un médico, al auscultarlo y descubrir el cilicio en su cuerpo le preguntó que era eso y él, como si nada, dijo, "mi cilicio". Don Miguel también era hombre de poco comer, de ayunos prolongados, sobre todo en tiempos de cuaresma y adviento o cuanto hacía alguna petición especial por algún alumno o necesidad particular. Además, como Giussani, Don Miguel y Don José vivía las adversidades de la vida como la ocasión de mortificación y sacrificio como una participación en el sacrificio salvador de Jesucristo, como expiación de los pecados propios y ajenos y como propiciación en favor de alguien.
Caridad. El amor fue el gran móvil de Don José, amor a Cristo hasta el extremo, dar la vida por quien se ama. Dos años antes de su muerte ofreció su vida por un sacerdote que había dejado el ministerio. A los dos años, cuando muerte de un infarto porque su cuerpo estaba "gastado" por la penitencia, por el trabajo y la dedicación a los demás, el sacerdote por quien ofreció su vida regresó al ministerio con mucho fruto y con la conciencia de la gracia recibida por la intercesión y muerte de Don José. En su caso, Don Miguel siempre fue un hombre bueno, dedicado a los demás. Daba todo, sus cosas, su tiempo, su talento, su consejo, su sacrificio, su saber, su paciencia. Don Giussani vivía para aquellos a quienes Dios le confió a través del movimiento de Comunión y Liberación. Su modo de ejercer la caridad, por lo poco que conozco, era con una gran atención a los detalles y a las necesidades concretas de cada persona. No dudaba en dar su tiempo para aconsejar, corregir, animar, acompañar. En los tres la caridad era expresión de su ser, de un amor por el destino y la salvación de todos aquellos con quienes entraban en contacto.
Alegría. Un rasgo distintivo de Don José, de Don Giussani y de Don Miguel fue la alegría, el buen humor, la paz. En el caso de Don Miguel y Don José, ambos murieron a causa de grandes ayunos y sacrificios. Sus cuerpos cansados y desgastados por servir a los demás sufrieron un paro cardíaco. En el caso de Don Giussani, murió tras una enfermedad que duró algunos años y que se agudizó al final de su vida incapacitándolo para la acción. A pesar de esto, los tres fueron, según testigos, hombres alegres, profundamente alegres, agradecidos con Dios por la vida que les concedió. Incluso la conciencia que tuvieron al final de sus días de su pecado y miseria, vivieron siempre alegres en la esperanza de ser tratados con misericordia. Los tres amaban la vida más que ninguno. Sabían alegrarse con quien se alegraba y llorar con quien lloraba. Eran como niños llenos de admiración por la realidad, por el mundo, por los avances de los hombres. Nada les era ajeno, pero lo vivían desde más dentro, desde su origen, desde Dios.
Deseo de santidad. A su manera y según su formación y cultura, cada uno tuvo un gran deseo de santidad, un deseo intenso de Dios, un afecto desbordante por Cristo. Don José, como escribe el P. Ampuero en la biografía citada, vivió siempre deseando la santidad heroica. No como algo que podía alcanzar por sus fuerzas o méritos, ni siquiera por sus sacrificios, sino como la obra que Dios quería realizar en su vida. Don Giussani dijo, textualmente, que siempre deseo que su vida no fuera inútil, es decir que sirviera para aquello que Dios le había llamado a la existencia. Enseñó siempre que el deseo del infinito es constitutivo de la persona y es lo que más nos define. Buscó la santidad como verdad de la persona y realización de Dios en cada hombre. Don Miguel vivió este deseo de santidad a través del servicio, como expresión de su amor a Cristo. Era impresionante cuando en clase o en el despachito donde recibía a los alumnos para dirección espiritual nos hablaba de Cristo, de María, de los santos. Su deseo de imitar a Cristo, de tener un corazón misericordioso como el de Jesús era manifiesto. Don José dijo, de manera preciosa, que la vida consiste en ensanchar la razón y el corazón para desear cada vez más y más a Dios.
Amor a la Iglesia. Los tres expresan en diferentes formas su amor a la Iglesia. Su conciencia y su vivencia de la comunidad eclesial como pueblo de Dios, como comunidad de los elegidos y llamados por Dios, por puro misterio de elección y predilección, es asombroso. La Iglesia no es una estructura, nos es una organización, no es un sociedad perfecta, es un pueblo que vive de la presencia de Cristo, real y físicamente presente en la Eucaristía. Obra del Espíritu Santo la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, el Tempo del Espíritu, el Sacramento de Salvación. Quien es santa es la Iglesia y nosotros en ella. No podemos amar a Cristo sin la Iglesia, que es su cuerpo y signo de su presencia sacramental en el mundo. Amor que les hizo obedientes hasta el final. En el caso de Don José la obediencia la vivió siempre como adhesión a la voluntad de Dios expresada a través de aquellos a quienes Cristo a puesto como guías de su pueblo. Cuando su obispo le mandó dejar de dirigir espiritualmente a seglares y religiosas para dedicarse a la dirección de seminaristas y sacerdotes, lo hizo sin en el más mínimo dejo de rebeldía o apego. Don Miguel, me consta, era obediente hasta el final. Lo que dijera su superior lo hacia sin chistar, con alegría y paz. Don Giussani dijo a su hermana antes de morir que el siempre había obedecido, que todo lo que había hecho lo hizo por obediencia.
Basten estos rasgos para reconocer en estos hombres la obra del Espíritu en su vida, la santidad. Ellos siempre nos invitaron y nos invitan a desear esa santidad, a desear amar hasta el extremo, en las circunstancias y en la forma en que Dios nos lo pida y conceda: nuestra vida, oculta con Cristo en Dios.
Caridad. El amor fue el gran móvil de Don José, amor a Cristo hasta el extremo, dar la vida por quien se ama. Dos años antes de su muerte ofreció su vida por un sacerdote que había dejado el ministerio. A los dos años, cuando muerte de un infarto porque su cuerpo estaba "gastado" por la penitencia, por el trabajo y la dedicación a los demás, el sacerdote por quien ofreció su vida regresó al ministerio con mucho fruto y con la conciencia de la gracia recibida por la intercesión y muerte de Don José. En su caso, Don Miguel siempre fue un hombre bueno, dedicado a los demás. Daba todo, sus cosas, su tiempo, su talento, su consejo, su sacrificio, su saber, su paciencia. Don Giussani vivía para aquellos a quienes Dios le confió a través del movimiento de Comunión y Liberación. Su modo de ejercer la caridad, por lo poco que conozco, era con una gran atención a los detalles y a las necesidades concretas de cada persona. No dudaba en dar su tiempo para aconsejar, corregir, animar, acompañar. En los tres la caridad era expresión de su ser, de un amor por el destino y la salvación de todos aquellos con quienes entraban en contacto.
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Don Giussani |
Deseo de santidad. A su manera y según su formación y cultura, cada uno tuvo un gran deseo de santidad, un deseo intenso de Dios, un afecto desbordante por Cristo. Don José, como escribe el P. Ampuero en la biografía citada, vivió siempre deseando la santidad heroica. No como algo que podía alcanzar por sus fuerzas o méritos, ni siquiera por sus sacrificios, sino como la obra que Dios quería realizar en su vida. Don Giussani dijo, textualmente, que siempre deseo que su vida no fuera inútil, es decir que sirviera para aquello que Dios le había llamado a la existencia. Enseñó siempre que el deseo del infinito es constitutivo de la persona y es lo que más nos define. Buscó la santidad como verdad de la persona y realización de Dios en cada hombre. Don Miguel vivió este deseo de santidad a través del servicio, como expresión de su amor a Cristo. Era impresionante cuando en clase o en el despachito donde recibía a los alumnos para dirección espiritual nos hablaba de Cristo, de María, de los santos. Su deseo de imitar a Cristo, de tener un corazón misericordioso como el de Jesús era manifiesto. Don José dijo, de manera preciosa, que la vida consiste en ensanchar la razón y el corazón para desear cada vez más y más a Dios.
Amor a la Iglesia. Los tres expresan en diferentes formas su amor a la Iglesia. Su conciencia y su vivencia de la comunidad eclesial como pueblo de Dios, como comunidad de los elegidos y llamados por Dios, por puro misterio de elección y predilección, es asombroso. La Iglesia no es una estructura, nos es una organización, no es un sociedad perfecta, es un pueblo que vive de la presencia de Cristo, real y físicamente presente en la Eucaristía. Obra del Espíritu Santo la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, el Tempo del Espíritu, el Sacramento de Salvación. Quien es santa es la Iglesia y nosotros en ella. No podemos amar a Cristo sin la Iglesia, que es su cuerpo y signo de su presencia sacramental en el mundo. Amor que les hizo obedientes hasta el final. En el caso de Don José la obediencia la vivió siempre como adhesión a la voluntad de Dios expresada a través de aquellos a quienes Cristo a puesto como guías de su pueblo. Cuando su obispo le mandó dejar de dirigir espiritualmente a seglares y religiosas para dedicarse a la dirección de seminaristas y sacerdotes, lo hizo sin en el más mínimo dejo de rebeldía o apego. Don Miguel, me consta, era obediente hasta el final. Lo que dijera su superior lo hacia sin chistar, con alegría y paz. Don Giussani dijo a su hermana antes de morir que el siempre había obedecido, que todo lo que había hecho lo hizo por obediencia.
Basten estos rasgos para reconocer en estos hombres la obra del Espíritu en su vida, la santidad. Ellos siempre nos invitaron y nos invitan a desear esa santidad, a desear amar hasta el extremo, en las circunstancias y en la forma en que Dios nos lo pida y conceda: nuestra vida, oculta con Cristo en Dios.
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