La compañía necesaria
¿Qué compañía necesitamos para afrontar la crisis del coronavirus? ¿Cuál es la ayuda más urgente y necesaria para cada uno de nosotros?
Mucho se ha dicho sobre la necesidad de afrontar juntos, en compañía, solidariamente, esta crisis. Al menos en los discursos y los editoriales se insiste en vivir estos momentos acompañados, en mirar a los demás, en darnos una mano. Pero, como siempre, el problema está en los hechos. Los discursos, las promesas, las descalificaciones, las acusaciones, los buenos deseos no son suficientes. El que ha perdido el trabajo necesita un empleo. El que ha cerrado el negocio necesita volverlo abrir. El enfermo necesita del médico, de medicinas, de un hospital. La crisis nos rebasa, es tan grande que ya se cuentan por miles los muertos y ya rebasan del millón los contagiados. Inevitablemente seguirá el contagio y las muertes hasta que, pasados los meses, se termine la epidemia.
Por tanto, ¿qué clase de compañía es la que necesitamos? ¿Una que nos de consuelo y resignación frente a la tragedia? ¿Una que nos anime a combatir y luchar confiando en nuestra gran fuerza de voluntad para alcanzar el éxito? ¿Una que nos recuerde el sentido de la vida y nos ayude a responder las preguntas existenciales que la crisis hace brotar? ¿Una que nos distraiga, nos ayude a olvidar y sea un placebo en espera de tiempos mejores?
En tiempos de Nuestro Señor Jesucristo había muchos enfermos, leprosos, liciados, ciegos, pobres, esclavos. El curó a algunos que, en relación a todos los existentes eran pocos, circunscritos al pueblo de Israel. ¿Por qué, siendo Dios, como lo demostró en los hechos, no sanó a todos? ¿Por qué no resolvió el problema del hambre, la explotación y la injusticia en todo el mundo? ¿Por qué el cúlmen de su obra fue la muerte en cruz y su resurrección gloriosa? ¿Qué clase de compañía es esta, la de Dios, que se hace hombre, padece, muere y resucita y deja que sigan las enfermedad, injusticias, pobreza? ¿Cómo podemos verificar que esta es la compañía que el mundo, que cada uno de nosotros necesita hoy? ¿Qué tipo de respuesta es la que da Su presencia en nuestra vida y en el mundo en crisis y sufriendo por la pandemia?
Cristo responde y resuelve nuestra crisis actuando a través de aquellos a los que ha incorporado a sí mismo, a su vida y su misión, por el bautismo y, misteriosamente, a través de todos los hombre de bien. ¿De dónde nace la conciencia de una enfermera que se expone todos los días al contagio? ¿Cuál es la fuerza que mueve a tantos hombres para atender a los más pobres y necesitados, compartiendo con ellos vida y fortuna? ¿Cómo explicar que un micro empresario siga pagando sueldos a costa de su patrimonio?
Esta es la compañía necesaria, la del hombre que nos mira, que nos tiende una mano, que nos regala una llamada, que nos da un consejo, que comparte con nosotros lo que tiene, que padece y se alegra junto con nosotros. Es una gracia vivir esta compañía y reconocer en estos gestos de misericordia el gran gesto del amor de Dios que se hace tan cercano que le podemos llamar prójimo.
Mucho se ha dicho sobre la necesidad de afrontar juntos, en compañía, solidariamente, esta crisis. Al menos en los discursos y los editoriales se insiste en vivir estos momentos acompañados, en mirar a los demás, en darnos una mano. Pero, como siempre, el problema está en los hechos. Los discursos, las promesas, las descalificaciones, las acusaciones, los buenos deseos no son suficientes. El que ha perdido el trabajo necesita un empleo. El que ha cerrado el negocio necesita volverlo abrir. El enfermo necesita del médico, de medicinas, de un hospital. La crisis nos rebasa, es tan grande que ya se cuentan por miles los muertos y ya rebasan del millón los contagiados. Inevitablemente seguirá el contagio y las muertes hasta que, pasados los meses, se termine la epidemia.
Por tanto, ¿qué clase de compañía es la que necesitamos? ¿Una que nos de consuelo y resignación frente a la tragedia? ¿Una que nos anime a combatir y luchar confiando en nuestra gran fuerza de voluntad para alcanzar el éxito? ¿Una que nos recuerde el sentido de la vida y nos ayude a responder las preguntas existenciales que la crisis hace brotar? ¿Una que nos distraiga, nos ayude a olvidar y sea un placebo en espera de tiempos mejores?
En tiempos de Nuestro Señor Jesucristo había muchos enfermos, leprosos, liciados, ciegos, pobres, esclavos. El curó a algunos que, en relación a todos los existentes eran pocos, circunscritos al pueblo de Israel. ¿Por qué, siendo Dios, como lo demostró en los hechos, no sanó a todos? ¿Por qué no resolvió el problema del hambre, la explotación y la injusticia en todo el mundo? ¿Por qué el cúlmen de su obra fue la muerte en cruz y su resurrección gloriosa? ¿Qué clase de compañía es esta, la de Dios, que se hace hombre, padece, muere y resucita y deja que sigan las enfermedad, injusticias, pobreza? ¿Cómo podemos verificar que esta es la compañía que el mundo, que cada uno de nosotros necesita hoy? ¿Qué tipo de respuesta es la que da Su presencia en nuestra vida y en el mundo en crisis y sufriendo por la pandemia?
Cristo responde y resuelve nuestra crisis actuando a través de aquellos a los que ha incorporado a sí mismo, a su vida y su misión, por el bautismo y, misteriosamente, a través de todos los hombre de bien. ¿De dónde nace la conciencia de una enfermera que se expone todos los días al contagio? ¿Cuál es la fuerza que mueve a tantos hombres para atender a los más pobres y necesitados, compartiendo con ellos vida y fortuna? ¿Cómo explicar que un micro empresario siga pagando sueldos a costa de su patrimonio?
Esta es la compañía necesaria, la del hombre que nos mira, que nos tiende una mano, que nos regala una llamada, que nos da un consejo, que comparte con nosotros lo que tiene, que padece y se alegra junto con nosotros. Es una gracia vivir esta compañía y reconocer en estos gestos de misericordia el gran gesto del amor de Dios que se hace tan cercano que le podemos llamar prójimo.
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