A merced de las circunstancias

¿Por qué unos nacen en familias estables y prósperas y otros en entornos violentos? ¿Por qué nacimos en México y no en Palestina? ¿Por qué algunos estudian una carrera y otros dejan la escuela por necesidad? ¿Por qué uno toca el piano, es bueno para el fútbol o destaca en la política y otros son anónimos, con poca iniciativa y apocados?


La suerte o fortuna es una condición a la que todos estamos sujetos. Los griegos pensaban que la buena o mala fortuna dependía del favor o desprecio de los dioses. Toda su mitología está llena de historias como la de Ulises, Ayax, Héctor, Helena, etc. La fortuna o suerte hacía que uno fuera dichoso y otro desgraciado. En el mejor de los casos lo que se podía hacer era aceptar la suerte que a cada uno le tocó vivir. De aquí las dos grandes posturas del hombre clásico: el carpe diem, gozar el instante al máximo o el estoico, que enfrenta las circunstancias sin perturbarse y reduce el deseo de felicidad hasta afirmar que la "felicidad es no desearla". Un gran exponente de esta manera de entender las circunstancias es Prometeo, que después de llevar el fuego a los hombres, vive encadenado solo para sufrir cada día el mismo suplicio.

Luchar contra la adversidad, contra el destino, ser el arquitecto del propio destino, domar las circunstancias, crearlas, es la postura del hombre moderno. El héroe, el hombre que se sobrepone a las dificultades con una fuerza de voluntad e inteligencias asombrosas, es el prototipo o el ideal moderno. Los grandes descubridores, los grandes opositores, los que han muerto por defender una causa, sea ésta justa o injusta, verdadera o falsa, son los vistos como la realización suprema del hombre que por fin toma el destino en sus manos y logra doblegar la voluntad de los dioses a su propia voluntad. El hombre capaz de crear la realidad que imagina, que proyecta, que desea. Las grandes ideologías, con sus trágicas consecuencias, son ejemplo de esta postura.

Querer es poder, basta con desear algo verdaderamente, afanarse los suficiente, utilizar las circunstancias y se logrará lo que uno se propone. Exaltar la fuerza de voluntad y la capacidad de la inteligencia al máximo. Pero no todos están hechos de esta pasta. Muchos sufren debilidad de voluntad, otros son cortos de inteligencia, otros no tienen grandes ambiciones, otros son derrotados por las circunstancias. El superhombre sería solamente el hombre verdadero, el ideal al que todos deberíamos aspirar. El que no tiene este hálito de grandeza y ambición, sería indigno de llamarse hombre.

La realidad se impone. Al final tenemos que reconocer, si somos sinceros con nosotros mismos, que las cosas no son como las imaginamos, que los proyectos no se realizan tal cual los pensamos, que las cosas no son totalmente como las queremos. ¿Por qué nos enfermamos? ¿Por qué fracasamos? ¿Por qué no somos plenamente felices tras el éxito obtenido? Y si miramos alrededor, separando los ojos de nuestro ombligo, vemos cuánta miseria, cuánta necesidad, cuánta desilusión, cuánta frustración, cuánta rabia, cuánta violencia. Pareciera que la realidad, al final, es el enemigo a vencer, porque siempre se burla de nosotros, sabe esperar el momento para dar la estocada y hacernos caer. Volvemos, con otras explicaciones y otros dioses, a sucumbir a las circunstancias.

Experiencia de plenitud. Sin embargo, hay algo, una pequeña chispa, un rescoldo del deseo que nos dice que no todo ha sido malo, que no todo ha sido adverso, que no toda circunstancias ha sido desfavorable, que incluso en medio de las dificultades nos hemos alegrado con el calor del sol, con la sonrisa de los hijos, con la mirada de la esposa, con la mano que nos tienden los amigos, con el agradecimiento de aquellos a quienes hemos ayudado. Esta pequeña y al mismo tiempo gran experiencia nos rescata, nos permite afirmar, por experiencia, que las circunstancias no son enemigas, que la realidad es aliada, que la vida toda es la ocasión, la provocación, el aguijón que nos pica y nos mueve a actuar, a tratar de entender, a responder con lo que tenemos, a mirar de otra manera.

El origen de la positividad en la vida, el inicio de una postura adecuada frente a lo adverso o ante lo favorable es este reconocimiento que hacemos en las circunstancias concretas del sentido de todas las cosas, de la plenitud y alegría de vivir, de la dicha de saberse amado, de la alegría por el bien realizado, por el consuelo del perdón recibido, por reconocer en acto, de hecho, que estamos hechos para esto, para ser felices, para vivir, para amar y ser amados. La posibilidad de este reconocimiento se da por el Espíritu Santo que habita en nosotros y que nos hace capaces de entender, de reconocer, de amar, de esperar, de agradecer, de perdonar. Es entonces que podemos afirmar las circunstancias como aliadas, amigas, como reclamo a algo más grande, más verdadero que se experimenta como deseo cumplido o como insatisfacción, pero que siempre nos remite a algo más, que aviva el deseo de felicidad, que afirma la conciencia de estar hechos para algo bueno, que no hay nada ni nadie que pueda separarnos de la felicidad que hemos encontrado.

Esto ha sido para mí un gran descubrimiento. ¡Saludos!




Comentarios

  1. Descubrirnos finitos ante un Infinito y agradecer que estamos en sus manos, agradecer que las cosas no salieron como lo esperábamos porque todo fue mejor. Tener los ojos y el corazón abierto a los pequeños detalles que cada día nos ofrecen la oportunidad de ser felices. Saludos!!

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