Ni una más

La convocatoria al paro nacional #UnDíaSinNosotras para el 9 de marzo ha suscitado una gran expectativa y ha sido ocasión para manifestar diversas posturas, personales, de grupo, de facción, ideológicas, religiosas, del presidente, su esposa, secretarios de estado, obispos, personas públicas y un sinnúmero de opiniones individuales en redes sociales, cafés, pasillos, sobremesas. Esto deja en claro que no ha dejado indiferente a muchísima gente, sino que nos ha obligado "a tomar partido", "a hacer cuentas" con la propuesta, nos ha sacudido y esto ya es un buen indicio de que "algo" se mueve dentro de nuestra conciencia y  nos mueve.

Más allá de la postura personal de adhesión o rechazo, de las suspicacias frente a los grupos y facciones que querrán sacar "raja" de esta convocatoria, de la manipulación o no manipulación de las personas, de los efectos o el resultado, pienso que lo que no podemos ahorrarnos es hacer un juicio personal sobre lo que este acontecimiento representa.

Dejarse provocar por la realidad, es decir, dejarse interpelar, conmover, sacudir, impactar por lo que sucede, por los acontecimientos, por las personas que encontramos, por el drama en que viven muchos, es un signo de humanidad, de simpatía por el otro, por su bien y el nuestro.

En este sentido, cabe preguntarse ¿cuál es el criterio de juicio para juzgar este acontecimiento? Hay quienes lo ven desde el punto de vista político y analizan sus implicaciones, buscan "la mano que mece la cuna", prevén las consecuencias políticas a favor o en contra de un grupo, facción o partido. Otros miran el aspecto económico, la repercusión en la productividad nacional, en la afectación que sufrirán quienes no trabajen ese día. Otros miran el aspecto social, lo que representará que la mamá no lleve a los niños a la escuela, que no haga la comida, que la empresaria no asista a una reunión o que una maestra no dé clases ese día. En fin, cada uno da su punto de vista desde la rendija desde donde mira y de esa manera se multiplican, casi al infinito, los juicios, posturas, opiniones. 

Pero, ¿existe un criterio desde el cuál se pueda juzgarlo todo sin ser parcial o reductivo? ¿Existe un criterio que nos permita ser objetivos sin perder la necesaria personalización del juicio? Creo que el criterio de juicio, para ser verdadero, cierto, objetivo, debe nacer de la persona y al mismo tiempo ser propio de toda persona, partir de lo que somos como personas, como seres humanos, de aquello que más nos define. Por ello, siguiendo la tradición de la Iglesia y la propuesta de Luigi Giussani, pienso que el criterio de juicio son las exigencias del corazón, es decir, el deseo de justicia, verdad, belleza y bien que anida en todo corazón humano y que es el "detector" que genera en nosotros una reacción frente a todas las cosas de modo que podamos calificarlas de buenas, justas, bellas, verdaderas. Este "detector" lo tienen el niño y el adulto, el hombre y la mujer, el musulmán y el católico, el ateo y el religioso, el de izquierda y el de derecha, el conservador y el liberal. Este deseo es el mismo en todos, y es el deseo que permite que reconozcamos la verdad de todas las cosas. A la luz de este criterio podemos juzgar los acontecimientos, como el paro #UnDíaSinNosotras, tomando en cuenta la complejidad de este suceso, la increíble maraña de relaciones e intereses que se conjugan en un hecho así.

El juicio al que estamos invitados a hacer es sí, un juicio racional, pero no racionalista, es decir, es un juicio que para ser razonable, debe tomar en consideración la totalidad de los factores y la necesaria relación que existe entre razón y afectividad, razón y voluntad, razón y libertad. Por ello el juicio es un juicio práctico, existencial, es decir, hace falta implicarse para poder reconocer en la experiencia personal si la adhesión o el rechazo, sin la participación o no participación, si el compromiso o desinterés provocan en nosotros esa experiencia de justicia, verdad, belleza y bien que nos permite reconocer que algo es correspondiente a nuestra humanidad. No es que debamos marchar o no marchar, no ir a trabajar o trabajar, sino que el juicio pasa necesariamente por mi experiencia, es existencial. Esto es, hace falta verificar en la experiencia sin marchar o no marchar, trabajar o no trabajar, apoyar o no apoyar me hace más humano, más verdadero, más alegre, más comprometido, más feliz.

Esta es la máxima provocación de la realidad, que nos obliga a verificar en la experiencia la verdad de las cosas, la ganancia humana de estos gestos, la correspondencia con los deseos del corazón, porque solo lo que nos corresponde construye, une, alegra, hermana, compromete, anima, consuela... sostiene nuestra esperanza.

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