La gracia de la compañía

¿Qué es lo esencial en la vida? Tres preguntas marcaron el itinerario de la Asamblea Nacional de Responsables de la Comunidad de CL en México: ¿Qué ha sido lo que te ha provocado? ¿Cómo puedes documentar qué es lo esencial para tu vida? ¿Qué novedad se ha introducido en la forma de mirar y tratar las cosas dentro de lo cotidiano?

La tarde del primer día el P. José Miguel nos invitó a participar nuestros testimonios partiendo de los hechos que nos han provocado y el juicio que ha nacido de ellos confrontándolos con el contenido de los Ejercicios y la Escuela de Comunidad.

Se me invitó a contar mi testimonio y lo hice con gusto. Al principio un poco temeroso de “decir las cosas correctas”. Al tiempo que hablaba podía “reconocerme en acción” diciendo cosas y juicios que me salen del corazón y con los cuales juzgo mi vida y me juzgo a mí mismo. Me sorprendí pues muchos de ellos no nacen precisamente de la experiencia que se nos comunica a través del movimiento. Me descubrí alienado a la mentalidad común. El gran milagro es que tras mi intervención el P. José Miguel me corrigió, es decir, me ayudó a entender los hechos de mi vida con más verdad que la que reflejan mis propias palabras.

Ser corregido fue un gran regalo. ¿Qué amistad te dice hacia dónde mirar? ¿Qué amigo se preocupa por tu destino al grado de no temer incomodarte con tal de verte corregir el rumbo? Es una gracia nuestra compañía.

Las demás participaciones, casi todas, fueron ocasión de profundización de algún aspecto o ayuda para hacer un juicio, es decir, “probar juzgando”. Caer en la cuenta que una provocación es un llamado de otro, “alguien que te llama” y no solo verse impactado por las circunstancias o entender que la responsabilidad es “un llamado a querer responder a otro, al Misterio” o que lo esencial es “la mirada de Cristo sobre mí”.

Para mí, la pregunta que más me provocó fue “¿qué es lo que te ha acontecido?”. Responderme no teóricamente, diciendo “Cristo es lo que me ha acontecido” sino hacer memoria y mirar los rostros de las personas que son para mí signo de la presencia de Cristo y darme cuenta de lo agradecido que estoy por estos encuentros que, literalmente, explican mi vida.

Al día siguiente, el P. José Miguel nos ayudó a entender cuál es nuestra tarea en el mundo fijando tres puntos: ¿De dónde partir para vivir o qué es lo esencial? ¿Dónde mirar? La misión.

Partir de Cristo como lo más querido, del afecto a Su persona como aquello que más nos define, que no podemos negar, que más deseamos como Pedro cuando responde al Señor “tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Tomar conciencia de que esta presencia es la que hace nacer en nosotros el amor a ella. Le amamos porque está presente.

En segundo lugar, mirar y participar de la experiencia donde su presencia se nos manifiesta, es decir, en la Iglesia, en la comunidad, en la compañía. Por ello participar en los gestos que se nos proponen no es formalismo sino el deseo de “estar en el lugar donde sucede Cristo”, donde se nos hace presente y reconocible gracias al carisma que se nos ha donado. Ser fieles a esta compañía pidiendo reconocerle.

En tercer lugar tomar conciencia que nuestra misión es “colaborar a construir nuestra comunidad como signo eficaz de Su presencia”. Reconocer que el protagonista de la historia es el mendigo (mendicante): “El hombre mendigo de Cristo, Cristo mendigo del hombre”.

El tiempo de las comidas, los descansos, el momento cultural y el convivio de la noche del sábado, todos ellos, dentro de esta compañía vivida como signo de su presencia me ayudaron a querer más y a desear más esta compañía, desear y querer más a Cristo y su Iglesia porque en esta compañía “me reconozco más humano, más hombre, mas yo”. Sin temor a mi debilidad y pecado, sino seguro de Su compañía en mi vida.

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