OLVIDO de DIOS, DETERIORO de lo HUMANO, el hombre contra sí mismo


  • ¿CÓMO SE EXPLICAN LOS CRIMENES DE ZETAS, NARCOS Y POLLEROS?
  • ¿QUÉ O QUIÉN PUEDE SALVAR AL HOMBRE DE SU PROPIA MALDAD?

El miércoles 18 de mayo de 2012, Carmen Aristegui, en su programa de las 22 horas en CNN en Español, preguntaba qué se necesita para qué una persona sea capaz de decapitar y desmembrar a un labriego, como se presume hicieron los zetas en Petén en Guatemala.

Presenciamos una escalada de violencia, de inhumanidad, de desprecio por la persona, como no habíamos visto en México desde los asesinatos contra los cristianos en la época de la persecución religiosa de los años 1926 a 1929. ¿Qué ha pasado en nuestro país, a nuestra sociedad, para que esto suceda?

No bastan las razones “técnicas” como que el crimen organizado se alimenta de la pobreza de la gente, o que estamos en la “fase” de recrudecimiento de la violencia en esta lucha contra el crimen organizado. ¿Qué es lo que explica que un hombre destruya a su semejante con saña y maldad digamos, diabólica?

Los crímenes de San Fernando Tamaulipas y de Petén en Guatemala, los 513 asegurados en Chiapas y los 183 de Puebla nos dan una muestra de la magnitud del problema. El hombre es víctima de su hermano. Pareciera que la piedad no existe, que una fuerza maldita se apodera de quienes realizan estos actos inhumanos.

Incluso un acto estúpido como el de Dominique Strauss-Kahan, ex director del Fondo Monetario Internacional, acusado de abuso sexual contra una mucama del hotel donde se hospedaba, nos revelan esta “debilidad estructural” de todo hombre, de todos nosotros.

Sólo un hecho, un acontecimiento puede salvarnos. No bastan las leyes, los discursos, el uso de la fuerza, la educación en valores, las creencias o convicciones para remediar esta desproporción entre el bien que deseamos y el mal que cometemos. Solo una fuerza más poderosa que el mal puede triunfar. Solo una fuerza que venza nuestra maldad puede vencer. Solo un poder más grande que nosotros mismos puede salvarnos.

Esta es la gran pretensión de Jesús de Nazareth, presentarse como el salvador del hombre, afirmar que es Dios. Este es el sentido de su muerte, de su sacrificio, de la agonía en huerto, de la aprehensión, de su injusta condena, de los azotes, de su vía crucis, de su crucifixión, de su muerte, de su resurrección: asumir el pecado del hombre y dar la vida en abundancia.

¿Cómo responde este acontecimiento de Jesús de Nazareth, el Cristo, a la violencia y la maldad que hoy vivimos? Dándole sentido al sufrimiento, al dolor, a la muerte injusta, cruel e inhumana de tantos y tantos hombres. Uniendo nuestra humanidad a la suya, la muerte de éstos hombres a la suya. No cambia las circunstancias, las asume. Solo dentro de la compañía de la Iglesia podemos ser sostenidos, acompañados. Sólo en esta compañía podemos descubrir las razones, el sentido de este drama humano. Nunca bastarán las palabras, solo los hechos dan cumplimiento.

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