LA UTILIDAD DE LA FE

Dar luz a todas nuestras relaciones, tener un criterio de juicio que nos permita valorar y abrazarlo todo, vivir con la certeza de la positividad de la vida.

El pasado domingo culminó el Año de la Fe convocado por Benedicto XVI y concluido por el Papa Francisco. Redescubrir y acoger el don valioso de la fe, es decir, redescubrir el valor de nuestra vida: Cristo y acogerLo como lo más querido fueron algunos de los propósitos de este año de gracia. 

¿Cuál es la utilidad de la fe para nuestra vida, para un mundo en crisis, para los hombres que satisfechos de sus éxitos parecen no necesitar de Cristo para ser felices? Me atrevo a proponer tres cosas que en mi experiencia nos permiten reconocer la utilidad de la fe.

  • Iluminar todas las relaciones, esto es, descubrirme el sentido y el significado de todas y cada una de las personas y circunstancias en que se juega mi vida todos los días de manera que me permiten emprender un camino, arriesgar y aventurarme en ellas para descubrir lo valioso que pueden aportar a mi existencia, esperando que  se manifieste la presencia de algo más grande. En este sentido la fe es fuente de esperanza, de confianza en el futuro en función de algo que ya está presente.
  • Un criterio para entender y abrazarlo todo, un juicio positivo de toda la realidad que me permite reconocer lo bueno y quedarme con lo mejor, un criterio que aporta a mi vida la certeza de un destino bueno que me permite gozar ya de la felicidad y desearla con más fuerza. Conciencia de mi identidad, seguridad en el afecto, confianza en el destino.
  • Certeza de la positividad de la vida, seguridad a la hora de afrontar las circunstancias que son vistas no como obstáculos o enemigos, sino como signos de la presencia de Cristo en lo cotidiano de nuestra vida y como aliadas que me hacen madurar, que me exigen darme razones y afirmar el sentido de todo. Certeza del amor de mi esposa e hijos, certeza de la amistad de mis amigos, certeza del cariño de mis hermanos, certeza de existir para algo bueno.

Si la fe es reconocer a Cristo presente, como factor de la realidad, no tiene nada de teórico ni abstracto. No es una convicción ni una creencia. No es un salto en el vacío o creer sin ver. No son principios o valores, normas o reglas que cumplir. Ante todo es darme cuenta con asombro de que El está presente en mi vida, que actúa dentro de mi existencia a la manera del padre que está presente en la vida de su hijo.

El signo más claro de su presencia es la alegría de la vida. Alegría de estar juntos, en familia. Alegría de tener amigos y compartir con ellos la vida. Alegría de poder ver la luna llena, el cielo estrellado, las nubes, el claro azul del cielo. Alegría de saberse amado y querido. De amar y ser correspondido. De estar en paz en la tribulación y las adversidades. De compartir el éxito y el triunfo.

La fe nos hacer reconocer, gustar y desear más la presencia de Cristo. Como dice el salmo, "gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a El". La fe nos hace desear más, buscar más, anhelar más, pedir más, no conformarnos con nada sino solo con Cristo. La fe nos hace más humanos, más verdaderos, más sencillos. Por la fe poseemos ya los bienes que se nos prometen, Cristo, la felicidad de nuestra vida.

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