¡Todo está en el libro!


Desde niño he sido un asiduo lector. No lo digo por presunción, sino como constatación de un hecho: siempre me ha gustado leer.

Recuerdo unas vacaciones en Acapulco donde leí "Yo pecador", la autobiografía que relata la conversión a la fe cristiana y a la vida como franciscano del tenor mexicano José Mojica. Todavía me veo sentado en la tumbona, junto a la alberca, disfrutando de la lectura entre chapuzón y chapuzón.

Una de mis primeras lecturas fueron los cuentos de Julio Verne, "5 semanas en globo", "La vuelta al mundo en 80 días", "De la tierra a la luna".

En nuestra casa de Matanzas 1083 en la colonia Lindavista del Distrito Federal, teníamos un librero grande, que a mí me parecía enorme, donde además de libros, cabían dos bocinas y el tocadiscos. De ese librero recuerdo haber tomado, aún recuerdo el olor y la textura de dos libros que ahí encontré: "Así habló Zaratustra" de Nietzche y "Filosofía y vida" no recuerdo de quién. Estoy seguro que no entendí nada, pero incluso subrayé con marcatextos las frases que me impactaron. Ahora no se dónde están esos libros, pero los recuerdo bien.

Ya en Puebla, en mi adolescencia, descubrí "Grandes vidas, grandes obras" editada por Selecciones. Recuerdo de esa lectura la biografía de Beethoven, Benito Juárez, pero sobre todo la de Sócrates, "El hombre más sabio y bueno". Por eso encontré en ese mismo librero los "Diálogos socráticos" y claro, los leí todos, entendiendo lo que pude entender a esa edad. Una frase que Platón pone en boca de Sócrates la recuerdo muy bien, cuando habla de la virtud, que se puede ser "intemperante por intemperancia".

Mi mamá me regaló, allá por 1976 unos libritos ilustrados con la biografía de San Juan Bautista de la Salle, otro con la vida de San Juan de Dios y otro con la de Benjamín Franklin. En esa misma época yo me compraba unos pequeños libritos en Aurrerá que se trataban de "Las hormigas", "Motores de combustión interna", "La electricidad" y algunos que enseñaban cómo hacer un telégrafo con foquito, o una linterna con dos pilas y un rollo de cartón de papel de baño. A esta edad leí por primera vez la Biblia completa y que ahora leo gracias a las lecturas diarias de la misa.

Un libro que influyó mucho en mi en esa época adolescente fue "A la conquista de la naturaleza" sobre todo la parte que habla del montañismo, "Donde hay una voluntad hay un camino" de Gastón Rebuffat. También leí, porque me lo prestó mi hermano mayor, "La teoría de la relatividad" de la que solo recuerdo el ejemplo del que viaja en tren y que explica el movimiento relativo. De ahí en fuera, no me acuerdo ni entendí nada.

Un recuerdo especial fue la lectura de "La amenaza de andrómeda" que me prestó Mayu mi hermana. Fue el brinco de la ficción de Julio Verne a la ficción de Isaac Asimov. Además ese libro lo leía escuchando el concierto para piano número uno de Tchaikovsky. Aún ahora, al escuchar el concierto, me vienen recuerdos de ciertos pasajes del libro.

Ya en la preparatoría y debido a mis vínculos con los scouts, los yunques, los del Regnum Christi, los Cruzados de Cristo Rey empecé a leer sobre la cristiada y los cristeros, "Por Dios y por la Patria", "Vida íntima del padre Miguel Agustín Pro", "El secreto de la masonería", "Las traiciones de Juárez", "Héctor", "La cruzada que forjó una patria", "México tierra de volcanes" y muchos más editados por JUS y otras editoriales y que compraba en una liberaría "Don Bosco", que era un pequeño local en el centro de la ciudad de Puebla, oscuro y medio sucio, atendido por dos señoras o señoritas ya mayorsitas y que vendía esos libros.

En esta época de prepra, cuando nos juntábamos con los amigos a comer hamburguesas en el único Burguer King que estaba en la esquina derecha del estacionamiento de Plaza Dorada I, y donde platicábamos horas y horas, cambiábamos el mundo, despotricábamos contra toda injusticia y solucionábamos todo entuerto, ahí, digo, gracias a la fogocidad de Alejandro Rojas Morán, me aficioné a la lectura de los clásicos griegos "La Odisea", "Las siete tragedias de Sófocles"; y gracias a mis discuciones con Atanasio Menéndez, me hice amigo de Santa Teresa y "Las Moradas", "Libro de mi vida", "Camino de Perfección".

Tuve la suerte, de tener cierta guía de lectura en la persona de Don Miguel Martínez, hermano lasallista y profesor nuestro. Creo que sin su ayuda y buen juicio, me habría tragado todo lo que leía sin juicio y sin criterio.

Ya en la universidad y siendo miembro de los Cruzados de Cristo Rey, leí muchísimo, sobre todo los libros de la carrera de filosofía. Recuerdo muy bien "La vida intelectual" de Sertillanges, "El Espíritu de la Filosofía Medieval" de Gilson, "El nuevo arte de pensar" de Gitton y muchísimos más.

Ahora, a mis 59 años, los libros siguen siendo un buen compañero cotidiano. No hay día en que no avance algunas páginas de algún libro. Desde hace unos 20 años Don Luigi Giussani es mi compañero de buró. Pero también lo son León Uris, Ratzinger, Balthasar, Lewis, Chesterton, Cervantes, Shakespeare, Victor Hugo, Dante, Manzoni, Green, Hemingway, Jack London, Stephen King, Hanna Arendt, Edith Stein, San Juan de la Cruz, Armando Fuentes "Catón"...y una lista que no puedo nombrar porque no me acuerdo.

¿Qué ha sido los libros para mi? ¿Qué papel han jugado en mi vida? Han sido los testimonios de la experiencia de hombres que han dejado plasmada su vida, sus juicios, sus opciones de vida y que a través de esas páginas hechas de papel y tinta se me han comunicado. ¡Tan grande es el espíritu humano, el alma, que se comunica y participa de su ser a través de estos frágiles elementos que pueden arder a "farenheit 451"!.

Termino con la frase célebre del entonces hermano John, nuestro maestro de cálculo de la preparatoria, cuando le pedíamos la enésima explicación de las derivadas: ¡Todo está en el libro!.

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