El abandono de Dios
"Eli, Eli, lama sabactani".
Se asemeja al grito del hombre que experimenta el abandono de Dios, como los judíos en el holocausto o la madre que ve morir a su hijo abatido por las balas del enemigo invasor como en Ucrania o como de quien muere víctima de la violencia del narco o de la trata de personas en México.
El grito del hombre que experimenta su vida, su humanidad sin Dios; no solo del hombre que rechaza a Dios, sino, misteriosamente, del hombre que experimenta la vida como abandono de Dios. Jesús, en la cruz, dice: ¿por qué me has abandonado?, es decir, ¿por qué Tú, Dios, Creador, Padre Misericordioso, Aquel de quien está constituida toda su conciencia y su ser, abandonas al hombre?
Creo, pues cierto estoy de que Dios nunca se aleja ni olvida ni abandona, que esta experiencia de Jesús en la cruz, esta toma de conciencia del "abandono de Dios" es la experiencia del pecado, de la máxima y terrible consecuencia del pecado, el abandono de Dios que el mismo Cristo experimentó en la cruz y así, plenamente humano, ninguna experiencia humana le es ajena.
¿Es que puede una madre olvidarse de su creatura? Pues aunque una madre se olvidase, yo jamás me olvidaré de tí, te llevo tautada en mi mano, dice el salmo. Pero en la cruz, lo que más impresiona es el abandono del Padre. ¿Puede acaso Dios olvidarse, desentenderse de su creatura, de su hijo unigénito, de la humanidad doliente que sufre sola y desamparada?
Por eso estas palabras, la quinta palabra de Jesús en la cruz, es todo un misterio que no solo conmueve el corazón, sino que se vuelve aterradora ante la posibilidad de que Dios se olvide, abandone a su hijo. ¿Qué experiencia hizo Jesús de la muerte, del pecado, del abandono de Dios para decir semejantes palabras? ¿Qué sentía en ese momento? ¿Qué conciencia de sí mismo y de todo tenía en ese instante?¿Fue el momento de sentirse solamente hombre, solo, nada? ¿Fue el instante en que su naturaleza divida se separa de su naturaleza humana?¿Es esta la experiencia de la muerte, de la disolución del propio ser? ¿De dónde nace este grito, este lamento, esta pregunta? ¿Es esta la única pregunta que Dios hace a su Padre?
Siempre serán para nosotros un misterio estas palabras y esta experiencia que permanece y permanecerá en el corazón de Jesús por toda la eternidad, constantemente actualizada en el grito de tantos hombres que durante la historia sufren y han sufrido el abandono, la tristeza y la agonía de saberse, de experimentarse abandonados de Dios, a merced del poder del diablo, de la violencia y el odio de los hombres.
Pero las siguientes palabras de Jesús también son un misterio: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Es increíble cómo esta experiencia de abandono no borra, no quita, no anula la conciencia, el reconocimiento cierto de que la consistencia de su ser, de que la presencia del Padre es lo que determina el ser, la persona, los sentimientos, los afectos de Jesús el Cristo.
La lógica del sacrificio.
No se entiende toda la vida de Jesús sin su sacrificio pascual, su muerte en la cruz, si no entendemos el sentido del sacrificio.
¿Por qué fue necesario que Jesús muriera en la cruz, que ofreciera su vida como sacrificio agradable al Padre? ¿Es que Dios es un Dios que se complace en el sacrificio de sus creaturas, de su Hijo? ¿Cómo es que el sacrificio de uno es capaz de salvar a todos? ¿Por qué Jesús tuvo que sufrir el suplicio de la cruz, los azotes, el desprecio, la ignominia, la burla, la corona de espinas, el dolor de la caídas, el daño de los clavos y sobre todo, el abandono del Padre, la traición de sus amigos, el desprecio de su pueblo?
Normalmente decimos que el sacrificio es algo que aceptamos, un dolor, una pena, algo asociado a mi esfuerzo. Por ejemplo, el sacrificio de un padre cuando la dificultad o la pena son fruto de una mala decisión, de un pecado, de algo malo, de algún modo querido por nosotros. Más bien decimos que estas cosas son una consecuencia. El sacrificio supondría aceptar esa consecuencia, sin la aceptación no sería sacrificio como el de los presos o condenados que purgan su pena sin aceptarla, padeciéndola de mala gana. Aunque le llamemos sacrificio, no lo es plenamente. Así pues, el sacrificio conlleva la aceptación de una pena o castigo o circunstancia adversa o negativa.
Pero el sacrificio, además, supone que se hace por alguien o para alcanzar un bien. Puede ser que se busque terminar una carrera o reparar un daño hecho, busca satisfacernos o satisfacer a quien se ha ofendido. Pero en nuestro caso, ningún sacrificio repara totalmente el daño cometido o borra la ofensa cometida. Por tanto, nuestros sacrificios son siempre imperfectos, incompletos, insuficientes aunque necesarios.
¿Cómo es que dios se satisface con el sacrificio de Jesús? ¿Por qué tenía que sufrir Jesús en reparación de los pecados que no cometió?
Una explicación que me doy es como el sacrificio de un hijo por reparar el daño hecho a su padre. Supongamos que este hijo se droga, pierde toda su herencia, se junta con malas amistades, termina en la cárcel. Así una y otra vez el padre paga la fianza y lo lleva a rehabilitar, pero el hijo que no quiere eso, reincide una y otra vez. Todo lo que sufre en la rehabilitación es un sacrificio que no acepta y por eso no se cura; solo hasta que acepta rehabilitarse y acepta el sufrimiento y el esfuerzo que eso conlleva, se cura. El padre, entonces, queda satisfecho, no porque haya tenido algo que recibir o porque fue obedecido o porque se quitó de problemas, sino más bien porque reconoce el bien que su hijo ha recibido con el sacrificio hecho.
De esta manera, similar, Jesús, hombre verdadero y Dios verdadero, al ofrecer su vida, al sacrificarse, acepta la pena, el dolor, el sufrimiento, el mal que padece, como el único modo de recomponer el desorden que el pecado del hombre ocasiona. ¿Pero cómo es que este sacrificio ayuda o salva a todos los hombres? ¿De nos sirve que Jesús se sacrificara si sigue existiendo el pecado, el mal? ¿De qué me sirve a mí que Jesús padezca lo que yo merezco y no él?
Lo pienso como el hermano que quiere compartir el dolor y el sufrimiento de su hermano. No lo sustituye, no lo borra ni quita el mal que padecen, pero se hace solidario, acompaña, comparte la misma necesidad y dificultad y de esta manera, acompañando, permite que el hermano acepte y vida el sacrificio como un camino de salvación, de redención.
¿Por qué Dios quisó el sacrificio de su Hijo? Por amor, no hay otra razón, porque el amor tiene en sí mismo su razón de ser. El sacrificio de Jesús hombre, revela el amor que el Misterio tiene hacia todo hombre, misericordia eterna, sin límite, infinita.
Misteriosamente el sufrimiento vuelto sacrificio es el camino de la redención, de la salvación, de la alegría que rehace la relación con Dios.
* Reflexiones a propósito del viernes santo de 2022.
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