Aceptar el don
"Que la fe les haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos".
La fe es un don, es decir, un regalo, algo que se nos da sin merecerlo, sin que se nos deba, que no se puede exigir, que no es fruto de nuestro esfuerzo, que es pura gratuidad y como el amor, la única razón del don es el don mismo y la magnanimidad de quien lo da.
Si es puro don, entonces no se le puede exigir a nadie que tenga fe o, incluso, que tenga poca fe, salvo el caso de Cristo que es el dador de la fe en tanto que es uno con el Padre y el Espíritu Santo y que reclama a Pedro que se hunde en medio de la tormenta, hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?; o cuando dice a los apóstoles, ¿es que aún no tienen fe?; o al padre que pide la curación de su hijo, ¿crees que puedo curarlo?.
El asombro de Jesús frente a la fe de algunos no deja de maravillarnos: en verdad les digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande; o, mujer que grande es tu fe, que suceda como has pedido. Pareciera que el hombre Jesús se asombra de la fe que el Padre Dios regala a algunos y que reconoce en sus respuestas.
Nosotros, por el bautismo, hemos recibido la fe. Este don ya se nos ha dado. ¿Por qué, entonces, dudamos no solo de la existencia, sino del amor de Dios? ¿Por qué nos cuesta reconocer la presencia de Cristo en los acontecimientos de cada día? ¿Por qué no somos capaces de mirar y acoger a Cristo en el hermano que sufre, en el prójimo, en la creación y en la historia? ¿Por qué no reconocemos la alegría, la plenitud, el gozo y todo el bien que se realiza como provenientes del amor de Dios?
Al igual que en tiempos de Jesús, muchos de nosotros somos duros de corazón para creer. Como los judíos, los escribas y los fariseos, nos cerramos a la posibilidad de que ese hombre, Jesús de Nazareth, sea Dios. Aunque resucite un muerto, dé la vista a un ciego, cure a un leproso, multiplique los panes, camine sobre las aguas, domine al viento y al mar; aunque sea capaz de una ternura desconocida como la de dar vida al hijo muerto de la viuda, o ir a comer a casa de Zaqueo, salvar la vida de la mujer adúltera a punto de ser apedreada; aunque muestre su amor perdonando a quien le crucifica o confirmando en la fe a quien le ha negado; aunque tengamos delante los hechos que evidencian su amor y su ser, podemos, como muchos, negarlos, no darles crédito, hasta llegar a decir que se hacen con el poder de satanás. ¿Por qué?
La dinámica del don, de la fe, pone en juego nuestra libertad, no es una dinámica automática, el don pide ser aceptado, acogido, recibido. Citando a San Agustín, "Aquel que te creó sin ti, no te salvará sin ti". Existe la tremenda posibilidad de no aceptar el don de la fe, de la salvación, del amor de Dios.
Acoger el don, esta es nuestra tarea más importante y decisiva. En este juego de nuestra libertad frente al don de Dios se juega nuestro destino y el del mundo. Este respeto absoluto de Dios hacia nuestra libertad es signo elocuente del valor de nuestra persona. ¿Quién respeta así nuestra libertad sino solo Dios? Ojalá seamos libres para acoger el don de la fe que se nos ha regalado.
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