Los rasgos de Su Presencia

¡Sólo lo que se experimenta en el presente está presente! ¿Cómo se experimenta hoy, para mí, la presencia de Cristo resucitado?

Decimos que algo está presente porque nos damos cuenta de su existencia, de su estar en el mundo, tomamos conciencia de eso que está presente. Pero hay formas o modos de presencia.

Una primera forma de presencia es como la de las cosas, una roca, por ejemplo. Está ahí, en medio del campo, sin hacer nada, mas bien pasiva, y captamos su existencia y su modo de estar porque la vemos y tocamos. La evitamos si está en nuestro camino omhasta la movemos si nos estorba.

Otra forma de estar presente es como los seres vivos, plantas o animales. Las flores de un jardín nos brindan su aroma, vemos sus colores, sentimos su textura. Los animales, como un perrito, están presentes y notamos su presencia porque hacen hoyos en la tierra, esconden huesos, ladran o se hacen pipí en algunos lados. Su presencia nos toca, nos afecta.

Una forma más de presencia es como la de una madre, que si está en casa nos damos cuenta porque arregla de un modo particular las cosas, nos habla con un cierto acento, nos abraza o regaña.

También uno puede estar presente a través de, como cuando mandas a tu hijo a cobrar una cuenta o a entregar un encargo; quien paga o recibe lo que el hijo solicita o da, sabe agradece o da por cumplida su obligación con quien envió al muchacho.

Y otra forma de presencia es como el amor entre los esposos, que se nota y se manifiesta a través de gestos, palabras, regalos, abrazos y signos que lo descubren.

Todo esto para entender que darnos cuenta de la presencia de las cosas y las personas es un juicio que nos permite reconocer, es decir, tomar conciencia en acto de su existencia y de sus acciones. Nos damos cuenta que está presente en la medida en que actúa y somos conscientes de esa acción.

Reconocemos una presencia particular, la mía o la tuya o de cualquiera, por las acciones y por su modo de obrar, por los rasgos indiscutibles de su persona. Así, por ejemplo, me doy cuenta que mi papá preparó mi cama para dormir por la manera en que dobla las cobijas.

Todo lo dicho lo digo para ayudarnos a entender cómo es que reconocemos a Cristo presente en nuestra vida y en la historia, por los rasgos indiscutibles de Su Presencia, de Su Persona. ¿Cuáles son estos rasgos únicos y distintivos de Cristo?

Cuando San Juan Bautista mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús si él era el Cristo, el Señor le respondió: digan a Juan lo que ven, los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los muertos resucitan. Es decir, reconozcan que el hombre que esto haga es Dios, porque solo Dios puede realizar esas obras. De igual modo, pero en sentido negativo, los fariseos reclamaban a Jesús porque perdonaba los pecados, curaba en sábado y se hacía llamar hijo de Dios. También reconocían que esos signos solo eran atribuibles a Dios. Y así, todos los evangelios narran encuentros con personas en los que Jesús manifiesta una humanidad de otro mundo: llora por el amigo muerto, se compadece de la viuda que ha perdido a su único hijo, transforma el agua en vino para que los novios no queden mal, resucita a la hija de Jairo, cura al esclavo del Centurión, perdona a quienes le matan, multiplica los panes para quienes tienen hambre, expulsa a los demonios, corrige a la Samaritana, salva de la lapidación a la adúltera, como con los pecadores, visita al recaudador de impuestos Zaqueo, se transfigura en el huerto.

¿Cómo reconocer que todos estos gestos son únicos y propios de Su persona? ¿Cómo reconocer hoy, en un mundo que ya ha reconocido a Cristo y que al mismo tiempo se aleja de él, la novedad de estos gestos que para muchos se han convertido en normales o habituales?

La respuesta creo que es la misma que se da para reconocer los gestos de los hijos o la esposa: la convivencia con esta presencia y la atención a estos gestos, porque se puede convivir toda una vida con una persona y no darse cuenta de los rasgos que la distinguen.

En el caso de la experiencia de la presencia de Cristo, hace falta una cosa más, el don de la fe y la postura de la libertad y la razón, porque podemos ser como San Juan que ve el sepulcro vacío y cree, es decir, reconoce el acontecimiento de la resurrección o como los fariseos, que pagaron a los guardias para negar la resurrección. Solo la fe, como don recibido sin mérito alguno, nos permite como a María Magdalena, decir "Maestro" cuando Jesús resucitado la llama por su nombre.

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