Qué difícil es

Qué difícil es encontrar un empleo cuando tienes 56 años, filósofo de profesión, sin maestría. Pero también cuando no tienes preparatoria o secundaria terminada, no tienes licencia de conducir  ni cartilla militar, no has trabajado mas que de jornalero, cargador, despachador, no sabes leer ni escribir porque te fuiste de casa a los 10 años para que tus padres no te golpearan, como le pasó a Charly.

Qué difícil es emprender un negocio cuando no tienes capital propio, ni ahorros, ni puedes sacar lo poco que hay en tu AFORE, y vives al día buscando librar los gastos de la semana. Pero también cuando no tienes ni idea de qué negocio poner o qué vender, no sabes sino barrer la calle, medio cortar el pasto o ser pepenador como Don Polito o Don Ernesto.

Qué difícil es no sentir envidia o rencor cuando ves a tu alrededor gente que llena el carrito de la compra en Sams o Walmart, que compra una tele nueva o que disfruta de vacaciones y prestaciones. Pero también cuando solo puedes comprar 8 pesos de tortillas y dos panes y otros salen con refrescos, papas y golosinas de la tienda, cuando tienes que pasar corriendo para que los coches no te salpiquen al pasar por los charcos, cuando vas en el camión con el niño en brazos y la mochila al hombro y ves pasar a una señora en su camioneta, sola, pintándose y hablando por celular.

Qué difícil es cuando tienes que sacar a tu hijo del colegio en el que has estado más de 15 años, porque te negaron la beca, porque el estudio socioeconómico dice que no la necesitas. Pero también cuando no puedes llevar atu hija o hijo a la guardería porque la cerraron o porque no tienes 25 pesos para pagar el día, o cuando no pudiste inscribir a tu hijo en la escuela porque no tenías los 750 pesos que pedía el director o cuando eres tan pobre que el estudio es un lujo que no te puedes permitir.

Qué difícil es cuando ya no puedes ir de vacaciones a Acapulco, ni a Atlixco, ni a ningún lado y te quedas en casa sin poder salir. Pero también cuando nunca has salido de Puebla, ni conoces el mar, ni has ido a la Malinche, ni de campamento, ni has tenido día de descanso porque el día que no trabajas no comes, como le pasó a Pablo el hijo de Toño el Albañil.

Qué dificil es para tantísimas personas la vida, más de las que imaginamos. Qué difícil es ponerse en sus zapatos y medio entender que están pasando las de Caín casi desde el día que nacieron. Qué difícil es ayudar a salir de la calle a los pobres "pedigüeños" que vienen de Chiapas o de Oaxaca y que son explotados o viven mejor pidiendo en la calle que quedándose en sus pueblos. Qué difícil es privarse de algo para darlo a otro: nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestra atención, nuestro afecto, nuestra comodidad.

Qué difícil es mirar todo el dolor que hay a nuestro alrededor, toda la miseria, toda la necesidad, mirar a la cara a todas las personas y mirar su inmensa necesidad de ser mirados, ayudados, aceptados, promovidos, escuchados, amados. Qué difícil es dejar de vernos solo a nosotros mismos, a nuestras necesidades, a nuestras presunciones, a nuestras justificaciones y mirar al otro que es distinto, que no piensa como yo, que no ha tenido la misma buena suerte que nosotros hemos tenido.


Qué grande es el milagro del amor de Dios que hace que todos esos cientos, miles y millones de personas abandonadas a su suerte, padeciendo toda clase de necesidad y misera, sin lo básico para vivir, luchando cada día por subsistir, por tener qué comer, por salir de su miseria, por tener un mejor futuro, por sobrellevar las adversidades, que todos ellos, que todos nosotros vivamos sin odiarnos, sin robarnos, sin la intención de hacernos daño, queriendo respetar y hacer las cosas bien, que aún tengamos esperanza en que el día de mañana pueda ser mejor que el día de hoy a pesar de las innumerables decepciones, descalabros y desilusiones que llevamos a cuestas. 

Solo un Dios, todopoderoso, puede sostener esta débil y a la vez potentísima esperanza. Solo la certeza, cada día confirmada, de que mañana habrá un nuevo día, nos hace nuevos cada día. Y pedir, pedir, pedir, es la grandeza de un corazón humilde que sabe que todo le es dado, inmerecido, misteriosamente donado para el bien del mundo entro, de cada hombre con quien nos topamos cada día. No hay mayor dicha que dar la mano al que nos la pide.


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