El gozo de ser maestro
Más allá de la formalidad de ser maestro, las clases, en especial este curso de primavera, me permitió "arriesgar" e intentar "dialogar" con mis alumnos. No por un interés meramente académico, sino por un deseo de "exponerme" y comunicar las razones, los motivos, los juicios e incluso los sentimientos que me ayudan a vivir y que nacen de la racionalidad que da la fe, es decir, una inteligencia nueva de la realidad y la posibilidad de una afecto nuevo, más verdadero, hacia todos y hacia todas las cosas.
Especialmente me impresionó que mis alumnos tuvieran interés por la materia, por los juicios y por la experiencia que intenté comunicar. Uno de ellos escribió: Me ayudó a ver más allá de los límites de la
creatividad y razonamiento, y de mi propio idealismo abstracto, poder expresar
sentimientos, opiniones y hasta juicios que antes hubiera pensado que estaban
mal, por el simple hecho de que el sistema lo dice. Lo que me llamó la atención de este juicio es el hecho de que la clase fue un lugar donde pudieron expresar sentimientos, opiniones y juicios que hubieran pensado que estaban mal. La verdad es que en las clases intenté siempre reclamar su libertad, casi forzarlos a hacer un juicio propio a no temer a sus pensamientos y sobre todo, a confrontarlos con las exigencias de su corazón, de su razón.
Durante las clases no hice sino exponer las certezas con las que he sido educado y que eran pertinentes a la materia. Así, uno de ellos respondía: no había escuchado que se hablaran con tanta
claridad y tan directamente. Evitar la abstracción e ir a lo concreto de las situaciones, de los contenidos, mirar la experiencia de cada uno fue provocador y difícil. Cada clase exigía un esfuerzo adicional, a veces sin ganas de darlo, pero motivado por esos rostros que tenía delante a quienes, con un atrevimiento ingenuo dije que les quería como a mis hijos porque quería su bien, como quiero el bien para mis hijos.
En todo momento intenté ser preciso en las palabras. Este ha sido un gran descubrimiento de este curso. Las palabras no son vanas, no son ligeras, expresan una realidad, una experiencia, son concretas. En este sentido, me exigí y les exigí precisión para buscar el contenido, el significado real y verdadero de las palabras. Así, términos como corazón, razón, afecto, realidad, conciencia, cultura, juicio fueron machacados constantemente con la finalidad de que se grabaran en la memoria y la inteligencia. Darme cuenta de como hacían suyas las palabras y los significados, fue algo grande, como este alumno que se admira de este descubrimiento: La definición de naturaleza dinámica es para mí el punto más
importante, puesto que la naturaleza nos provee todo lo que requerimos y es
nuestra esencia de ser humano lo que nos permite ser cada vez más capaces en
todos los sentidos, lo que provoca una mejor calidad de vida.
Finalmente, aprendí que uno lo que hace es sembrar, que el resultado se da con el tiempo, con la libertad de cada uno, con las circunstancias y la madurez personales. No juzgar mi trabajo ni el trabajo de mis alumnos por las notas o el cumplimiento de los trabajos solamente, sino darme cuenta que esa semilla que uno lanza cae en tierra, efectivamente cae si no se la lleva el viento, pero la que cae tiene al menos la posibilidad de germinar. Esta aportación me alegró mucho y la comparto: …pero más que eso, en la formación personal se me quedó mucho una
clase. Muchas veces me cuesta trabajo decidir y estoy intranquila pero me di cuenta
de que sin juicio no hay experiencia y que el juicio es una comparación
entonces si no intentas las cosas de acuerdo a tus valores no sabrás lo que
quieres. Es decir, si me comprometo conmigo misma soy leal a mi deseo y así no
me perderé en cosas que no.
Verdaderamente este ha sido un curso hermoso, lleno de sorpresas y que ha renovado en mí el deseo de seguir siendo maestro, a trompicones, pero siempre agradecido porque estar con los muchachos, con mis alumnos, es una gracia, un regalo para mí.
Eso es ser maestro con toda la extensión de la palabra ¡MAESTRO!
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