AMAR todo lo humano

¿Cómo no amar al hombre? ¿Cómo no admirarse de la grandeza del ser humano? ¿Cómo no gozar de la belleza de las creaciones humanas? ¿Por qué morir por una raza "irredenta" como nos llama Rulfo en Pedro Páramo? ¿Cómo no gozar de la belleza que nos es dada?


Simpatía por lo humano. Cuando escucho una canción como "thinking out loud" de Ed Sheeran o "Lost stars" de Adm Levine o el "Agnus Dei" de la misa de coronación de Mozart pienso cómo mira Dios estas cosas y llego concluyo que lo hace como un Padre orgulloso frente a la belleza que crean sus hijos. El  sabe mejor que nosotros de nuestras debilidades y miserias, de nuestra fragilidad y caídas, pero como uno que es padre, puede más el amor por el hijo que la suma de sus yerros y groserías. Es decir, la ternura, la simpatía de Dios hacia TODO lo humano es impresionante. El ama todo lo que ha creado y pienso que ama todo lo bello que creamos y realizamos, a pesar de la imperfección con que lo hagamos. Tal vez se alegre con una cierta tristeza como cuando uno se alegra por los logros de los hijos pero le pesa que éstos no sean plenos o no los hagan totalmente felices. Pero no deja uno de alegrarse.


Vida en abundancia. El amor de Dios se muestra en Cristo que muere en la cruz y resucita para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Puede haber mayor amor? ¿Puede haber mayor confianza en el hombre que este gesto inaudito de amor? ¿Puede haber mayor esperanza que ésta que Dios tiene hacia nosotros? Cristo, resucitado por el Padre, ha llevado nuestra humanidad hasta su "máxima plenitud". El es el hombre pleno, feliz, realizado, capaz de amar hasta el extremo, de amar lo humano hasta el extremo, de vivir lo humano hasta el "límite" de su grandeza infinita.

Valorarlo todo. Si Cristo ha asumido toda nuestra humanidad, todo lo humano queda redimido, el pecado, las faltas, las debilidades no son lo que nos define sino nuestro deseo de infinito, salvado y custodiado por Cristo. Cada paso que damos para cumplir este deseo, cada intento de alcanzar la plenitud que nos quema por dentro y nos lanza hacia adelante es valorada por Cristo. Más que la capacidad de realización que pretendemos, Cristo valora y mira con ternura la fuerza del deseo, la intensidad del amor que nos mueve e impulsa.

Vivir en la libertad de los hijos de Dios. Hemos sido salvados del miedo al fracaso, de la desesperanza frente al futuro, de la incertidumbre sobre nuestro destino, de nuestra debilidad y mezquindad, de nuestros traumas, de nuestra fragilidad de conciencia. Hemos sido salvados de todo aquello que nos impide ser felices aquí y ahora y en plenitud en la vida eterna. Libres frente a todo y todos porque estamos pegados, adheridos, afianzados en Dios. El se torna nuestra seguridad, el centro de nuestro afecto, la solidez de nuestra conciencia. Libres para dar la vida y amar. Libres para alegrarnos con las canciones de Ed Sheeran. Seguros para decir a la esposa: "te amo por siempre". Ciertos de la felicidad de nuestros hijos a pesar de las adversidades.

La caricia de Dios. Esta ternura de Dios, de Cristo, es su Iglesia. Llena de debilidad y pecado, pero resplandeciente de la fuerza y gracia del Espíritu Santo. Capaz de hablarnos al corazón, de dirigirnos palabras que son vida eterna, de corregirnos con amor y de esperar con paciencia nuestro regreso a la casa paterna. Esta Iglesia que es una compañía de hombres y mujeres, totalmente humana, a través de la cual Cristo nos salva y está presente. Rostros, gestos, palabras, voces, abrazos, miradas llenas de lo divino a través de "vasijas de barro". ¿Cómo estar alegres de vivir en esta compañía? ¿Cómo no agradecer esta amistad y nuestra pertenencia a este pueblo?

Nada podrá apartarnos del amor de Cristo. Si Cristo murió por nosotros, ¿quién puede impedir nuestra felicidad? Solo nuestra libertad. Darnos cuenta de la grandeza del amor de Cristo nos puede hacer abrazar todo lo humano, gozar de todo lo humano sin miedo ni prejuicios, vivir libres y seguros como el niño en brazos de su madre. ¿Quién podrá vencer nuestra esperanza? Dios mismo es el garante de nuestra felicidad. Su muerte en cruz es la prueba de ello. Su resurrección nuestra más grande alegría.




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