Despertar a la razón
El arma más formidable contra los errores de todo tipo es la razón. Esta frase de Thomas Paine, en "La Era de la Razón" pareciera desmentida por la realidad. En efecto, a nombre de la razón se han cometido grandes atrocidades como el Holocausto en tiempos de la II Guerra Mundial o los millones de seres humanos a quienes se les ha negado nacer mediante el aborto. Para cada acción humana hay una razón de fondo. Explícita o implícita. Más bien pareciera que el hombre, a merced de su razón, se ha vuelto contra sí mismo. Incluso los grandes avances de la tecnología, de las ciencias humanas y exactas, de la medicina corren el riesgo de volverse contra el hombre. Los ejemplos van desde lo más banal, como la adicción a los celulares hasta el control genético o las armas supersofisticadas.
Conciencia de la realidad según la totalidad de los factores. Esta gran capacidad que tenemos para darnos cuenta de toda la realidad es la razón o inteligencia. Por la razón nos damos cuenta de lo que somos, de para qué nacimos y estamos en el mundo, de la trascendencia de nuestras acciones, de nuestras necesidades, del sentido último de nuestra existencia. Incluso nos damos cuenta de esta capacidad en sí misma, de que la tenemos y que a pesar de ser tan formidable, está ordenada a nuestro bien. Es decir, tiene una medida, nos es absolutamente autónoma.
¿Cómo armonizar la razón con nuestro bien? Este quiebre por el que la razón puede dislocarse, esto es, perder el centro que le da armonía y sentido no se resuelve con más filosofía o entrenamiento de la razón. No bastan cursos, diplomados, teorías, clases y programas académicos. Esta ruptura solo puede sanarla una fuerza más grande que nuestras capacidades. Solo algo más grande y poderoso puede corregir esto que en nosotros está roto. Y no por arte de magia, sino por mediante el encuentro con alguien que nos indique un camino y nos evidencie la unidad de conciencia que anhelamos.
Conciencia de la realidad según la totalidad de los factores. Esta gran capacidad que tenemos para darnos cuenta de toda la realidad es la razón o inteligencia. Por la razón nos damos cuenta de lo que somos, de para qué nacimos y estamos en el mundo, de la trascendencia de nuestras acciones, de nuestras necesidades, del sentido último de nuestra existencia. Incluso nos damos cuenta de esta capacidad en sí misma, de que la tenemos y que a pesar de ser tan formidable, está ordenada a nuestro bien. Es decir, tiene una medida, nos es absolutamente autónoma.
¿Cómo armonizar la razón con nuestro bien? Este quiebre por el que la razón puede dislocarse, esto es, perder el centro que le da armonía y sentido no se resuelve con más filosofía o entrenamiento de la razón. No bastan cursos, diplomados, teorías, clases y programas académicos. Esta ruptura solo puede sanarla una fuerza más grande que nuestras capacidades. Solo algo más grande y poderoso puede corregir esto que en nosotros está roto. Y no por arte de magia, sino por mediante el encuentro con alguien que nos indique un camino y nos evidencie la unidad de conciencia que anhelamos.
Es el encuentro con un acontecimiento lo que ensancha la capacidad de comprensión humana. La renovación de la mente, la unidad de la conciencia, el vigor de la razón le vienen de fuera. Como el niño que aprende de sus padres y hermanos cómo caminar, comer, hablar, así nosotros aprendemos de otros cómo usar la razón, aprendemos los criterios para vivir, el método para caminar y verificar en nuestra vida aquello que más nos corresponde como seres humanos. Es el adulto, la persona madura, capaz de usar la razón sometiéndola a la realidad, verificando todo con las exigencias más profundas, con el corazón, quien puede acompañarnos en el camino de volvernos, también nosotros, adultos.
Despertar a la razón, lo humano, el corazón. Ser razonable, humano, capaz de verificarlo con el criterio infalible que es el corazón humano es signo de una humanidad despierta, de una personalidad madura, de un corazón vivo y anhelante, de un deseo indomable, de una sed de infinito que no se apaga. Esta humanidad nueva solo es posible por obra de Otro, de Cristo que, al hacerse hombre y asumir en su persona toda la humanidad, toda la realidad, todo lo creado, lo salva, esto es, lo devuelve a su estado original, verdadero. Para nosotros, hoy, esta Presencia está en la Iglesia, cuerpo de Cristo.
Inteligencia de la fe, inteligencia de la realidad. Así la fe, es decir, esta nueva forma de conocimiento por la cual podemos reconocer todos los factores presentes en la realidad y de manera eminente al Misterio que la crea y la sostiene, que se hace evidente en cada cosa, dentro de cada cosa, dentro de la vida de los hombres, dentro de la historia humana, en nuestra carne y nuestros huesos, se vuelve inteligencia de la realidad. La fe nos da la capacidad de ver más, de amar más, de desear más. La fe hace que la razón sea capaz de la máxima capacidad humana que es reconocer y adherirse al Misterio en lo concreto de las circunstancias en que se nos hace presente. Nos permite reconocer todo como signo de una amor y una presencia que nos hace exclamar con el salmo, "tu amor vale más que la vida".
Inteligencia de la fe, inteligencia de la realidad. Así la fe, es decir, esta nueva forma de conocimiento por la cual podemos reconocer todos los factores presentes en la realidad y de manera eminente al Misterio que la crea y la sostiene, que se hace evidente en cada cosa, dentro de cada cosa, dentro de la vida de los hombres, dentro de la historia humana, en nuestra carne y nuestros huesos, se vuelve inteligencia de la realidad. La fe nos da la capacidad de ver más, de amar más, de desear más. La fe hace que la razón sea capaz de la máxima capacidad humana que es reconocer y adherirse al Misterio en lo concreto de las circunstancias en que se nos hace presente. Nos permite reconocer todo como signo de una amor y una presencia que nos hace exclamar con el salmo, "tu amor vale más que la vida".
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