Vidas cambiadas por Cristo

¿Realmente puede Cristo cambiar la vida de las personas? ¿Realmente está Cristo presente en la historia de los hombres y en la vida de cada uno? ¿Realmente Cristo existe, vive y actúa en la historia humana? ¿Cuáles son las pruebas, las evidencias de la presencia de Cristo en el mundo y en la vida de los hombres?

La utilidad de la fe, es decir, la utilidad de poder reconocer la presencia de Cristo en la vida, la existencia de Dios y la acción del Espíritu Santo se puede verificar sí y solo sí Cristo, Dios y el Espíritu Santo existen y son capaces de actuar en la vida de los hombres. De otra manera la fe sería una invención mental o una fantasía piadosa y por lo tanto una mera construcción de nosotros mismos.

En un primer momento reconocemos que algo existe porque lo vemos, lo tocamos, lo percibimos a través de nuestros sentidos. De este modo conocemos los colores, los objetos que nos rodean, las personas con las que nos relacionamos. Para todos nosotros son evidentes en cuanto están ahí. No es así con Cristo. No lo vemos como vemos a un amigo. No lo tocamos como tocamos una cosa. Su presencia no es como la de nuestro padre o madre. Para reconocerle, es decir, para tomar conciencia de su presencia, esto es, para darnos cuenta de que está presente aquí y ahora necesitamos la fe. No como una convicción sin evidencias o un salto en el vacío, sino como una capacidad mayor de reconocimiento de algo real que está presente pero que no se capta a través de los sentidos. Es un acto de una inteligencia más capaz. Es una gracia, un don que nos hace capaces de reconocerle con nuestra inteligencia.

Este reconocimiento no se da a través de los sentidos, por ello no se da mediante imágenes o sensaciones. No lo vemos, ni lo oímos, ni lo tocamos y sin embargo lo reconocemos. Un ejemplo de esto es el amor. Sabemos que nuestra esposa nos ama no porque oigamos, veamos o toquemos el amor que nos tiene sino porque experimentamos las consecuencias de ese amor: el cariño con que nos habla, la paciencia ante nuestros defectos, las atenciones que nos prodiga. Conocemos que algo está presente porque experimentamos sus consecuencias. Sabemos que hay fuego si experimentamos el calor y vemos la luz de la llama. Análogamente, reconocemos que Cristo está presente por los efectos o consecuencias que produce su presencia.

¿Cuáles son estos signos indiscutibles de su presencia?

En primer lugar diría que el gusto por vivir, la alegría de la vida, el afrontar la vida con una visión positiva a pesar de las circunstancias adversas o contradictorias. El agradecimiento por la existencia.

En segundo lugar pondría la alegría y la paz que tienen aquellos que saben y reconocen que su vida tiene un sentido, que nos han sido arrojados a la existencia, que todo lo que viven tiene una razón de ser que está en función de su felicidad.

Añadiría el vivir con la certeza de un destino bueno. Esto es, vivir y afrontar la vida con la conciencia de que todo es para nuestro bien, incluso las circunstancias más adversas.

Y como resumen de todos los anteriores señalaría el cambio que produce su presencia en nuestra vida pues Cristo se convierte en un nuevo principio de conocimiento y de acción. Nuevo principio de conocimiento pues nos desvela la verdad sobre el mundo, sobre nosotros mismos, sobre Dios. Nuevo principio de acción en tanto nos hace capaces de un afecto y una libertad capaz de abrazarlo todo con verdad.

¿Cómo reconocer estos signos de su presencia? Viviendo la vida en compañía de aquellos que dicen reconocerle y en quienes descubrimos un gusto nuevo por la vida, una alegría más allá de los condicionamientos de las circunstancias, una certeza inquebrantable frente al futuro y al destino, una solidaridad activa frente a las necesidades de los demás.

Si Cristo está presente, está presente una nueva forma de vivir. Encontrarse con personas cambiadas por Cristo, es el signo más elocuente de su presencia en el mundo y en nuestra vida. Es la forma en que El se hace presente en nuestra vida y en el mundo.

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